Realizada por Miguel Ángel Núñez
Vocal Relaciones Externas FEDA-VBVE
Por favor, Manuel, preséntate.
Me llamo Manuel Soriano Balibrea, nacido en Murcia en 1956. Hijo de Jesús, bombero de profesión, y de Carmen, huertana en esos años 50 hasta los 70. Entre los veteranos me conocen como más el Guerrillero Huertano.
El parque de bomberos estaba detrás del Ayuntamiento y a escasos metros de la catedral, por cuyas calles pasaban todas las procesiones de semana santa. Los familiares de los bomberos éramos unos privilegiados porque veíamos las procesiones en primera fila y en sillas del parque de bomberos. Los viernes santo eran mis mejores días desde que nací. No faltaba ni a uno porque desfilaban los paracaidistas acompañando a la procesión. Eran entonces los más vistos en aquellos tiempos; de ahí mi interés e ilusión por los desfiles.
¿Por qué elegiste ser guerrillero y cómo fueron tus comienzos en la emblemática COE 52?
En octubre del año 1977, me incorporé al Ejército para hacer la mili por mi quinta y me tocó hacerla en el CIR N° 10 en San Gregorio (Zaragoza). Salí para Zaragoza en los antiguos trenes llamados El Borreguero con el que miles de reclutas íbamos apiñados y que realizaban parada en cada pueblo para recoger a los quintos, de ahí que tardase más de un día en hacer el recorrido de Murcia hasta Zaragoza. Llegados al CIR, casi tres meses de instrucción. El capitán de la 15ª compañía nos llamó uno a uno por si queríamos quedarnos de auxiliares en el centro de instalación. Yo dije que no y que esperaría a conocer mi destino.
Para la captación, llegaron primero los paracaidistas que me gustaron, pero no los elegí. Llegó también La Legión española, pero que tampoco fue de mi elección y, por último, llegó la captación de la COE 52 de Barbastro, en la provincia de Huesca, los también llamados guerrilleros. Tengo que decir que ni siquiera sabía que existiesen. Nunca había visto ni oído nada sobre las COE; tan solo había visto en las películas a los boinas verdes de los EE. UU. de América. Recuerdo que era mediados de noviembre, hacía un frío de la leche con el viento del Moncayo y los vi llegar con traje mimetizado, con las mangas remangadas, con esas barbas y con la boina verde. Me enamoré y no lo dudé más: me apunté voluntario.
En el CIR n° 10 éramos unos 5 000 reclutas y se presentaron 1 500 a las pruebas para la COE 52. Hicimos numerosas pruebas físicas (carreras, saltos, cuerda, flexiones…) y las tuve que hacer muy bien, ya que de los 1 500 que se presentaron, tan solo fuimos 33 en la lista de los escogidos para entrar en la COE 52.
El día 17 de diciembre de 1977, pasamos por primera vez la puerta del cuartel General Ricardos. Cuerpo de guardia y directos a la COE 52. Estábamos acojonados por lo que nos decían de los veteranos. Entramos en la compañía, apagaron las luces y pasamos en fila india a la nave A. Cuando estábamos dentro, se encienden las luces y… ahí estaban unos cuantos veteranos para darnos la bienvenida. Después de saludar al padre COE, que era un guerrillero hecho de madera tipo bastón, nuestros veteranos nos sacaron sidra y cava y nos saludaron uno por uno. En los seis meses que estuvimos con ellos, no tuvimos queja alguna. Nos trataron bien. Al día siguiente, nos dieron la ropa, armamento, mochilas y tiendas de campaña y nos fuimos andando al campo de tiro de Las Baldorrias: empezaba la fase de endurecimiento.
¿Cómo te fue en la fase de endurecimiento?
Eran días y noches sin parar, sin apenas descanso. Terminábamos agotados todos los días; nos íbamos a descansar después de la cena, sobre las 22 h y a las 2 o las 3 de la madrugada te llamaban y a formar. Otra marcha topográfica y a las 5, a descansar de nuevo y a las 8, diana. Después de un rápido desayuno en pleno invierno, a vadear el río Vero con las aguas medio congeladas y metidos hasta el cuello. Al salir, no sentías el cuerpo y así durante todos los días que duró la fase.
Uno de los últimos días del endurecimiento, estábamos tan reventados que, al llamar a diana, otro compañero y yo nos quedamos dormidos. Nos llamaron hasta dos veces para formar y como castigo tuvimos que hacer un “pozo de lobo” a pico y pala de un metro por un metro por uno de fondo. Fueron muy duras esas dos primeras semanas. Algún compañero decía: “Si esto es siempre así, yo me rompo una pierna. No podré aguantarlo”; y sí, ya creo que aguantó, y así fue de duro durante todo el año en la COE 52, pero el cuerpo se acostumbra al sacrificio y a la dureza.
Me consta que hubo varias fases que te gustaron y alguna que no hiciste, ¿qué recuerdos, experiencias y anécdotas tienes?
En la fase de nieve, la sensación de dormir en un iglú hecho por nosotros mismos, ¡era impresionante! Recuerdo, como anécdota, que estábamos esquiando en las pistas de Candanchú. Al terminar, había helado y las carreteras estaban cortadas. Se quedaron los camiones arriba y bajamos esquiando por la carretera hasta Rioseta; al mismo tiempo que bajaban un par de coches que nos adelantaron y pararon. Era su majestad el rey Juan Carlos I, el cual nos saludó y, posteriormente, continuó su marcha.
Mi remplazo no pudo hacer la fase de supervivencia por causas mayores. Recuerdo que ya teníamos preparadas nuestras zapatillas de supervivencia y todo estaba dispuesto, pero nos mandaron a Pamplona por asunto antiterrorista. Sin embargo, a decir verdad, para mí la supervivencia fue desde el primer hasta el último día que estuve en la COE 52.
Durante la fase de endurecimiento, en el primer tiro nocturno con el cetme que realizamos, había que tirar desde la posición de cuerpo a tierra a una silueta que a duras penas se veía. Tenías que guiarte con la luz de una vela puesta a los pies de la silueta. Recuerdo que aquella noche nos visitó el capitán Zato. Fui el único que acertó los 10 impactos en la silueta por lo que el capitán Zato me hizo llamar y me hizo varias preguntas:
– ¿De dónde eres?
– De Murcia, mi capitán.
– ¿Eres cazador?
– No, mi capitán. Apenas cazo con tirachinas en la huerta tirando a los gorriones.
– Muy bien, ¡enhorabuena!
¿Hubo algún acontecimiento que resultase triste para ti?
Sí. Hubo un día especialmente amargo. Fue cuando mi compañero se pegó un disparo. Aunque ya teníamos ganada la boina verde, nos quedaban unos 3 meses para ser veteranos. Una mañana nublada, nos fuimos al campo de tiro solo los nuevos, como siempre a paso ligero desde el cuartel al campo de tiro de Las Baldorrias. Cuando íbamos a empezar a tirar, empezó a llover y el sargento nos mandó a formar para regresar al cuartel. Estando en formación, se oyó un disparo seguido de un silencio y después unos gritos. Caía el compañero que formaba delante de mí. Al tensar la correa porta cetme, tocó el gatillo y había una bala en la recamara de la noche anterior en la que tuvieron tiro los veteranos y cogieron su cetme por equivocación. Echado en el Land Rover, lo llevaron al hospital de Huesca donde, gracias a Dios, se salvó ya que la bala entró y salió perdiendo por desgracia el bazo. A los pocos días, ya estaba con nosotros de nuevo. No se quiso licenciar. Un pelirrojo pura sangre y un ejemplo para todos. Recuerdo de mi compañero que, en los juegos del día de la Patrona, se quedó por dos veces campeón de pista americana, con y sin equipo. ¡Toda una hazaña! ¡Todo un campeón!
En tus permisos de fin de semana, ¿tienes alguna anécdota que nos quieras contar?
Sí. En aquellos años nos pagaban, creo recordar, 300 pesetas al mes más 50 pesetas si salíamos a la montaña de maniobras. Aquel fin de semana daban pase de viernes a medio día hasta el domingo a retreta. Los que vivían cerca, se iban a sus casas y los que vivíamos lejos nos quedábamos en el pueblo. Me apunté al pase para ir al pueblo, pues de Barbastro a Murcia, en aquellos años y carreteras malas, era imposible ir. Aun así, el sargento me advirtió: “Soriano, pase para el pueblo” y yo le respondí: “Ok, mi sargento”.
Se me había acabado el paquete de comida que me mandaba mi madre todos los meses y se me acabó el dinero también por lo que decidí viajar a Murcia en autostop. Cogí más de 40 coches, todo aquel que llevara mi dirección. Salí viernes a mediodía y llegué el sábado sobre las seis de la tarde, con amigos, discoteca y demás. El domingo por la mañana perdí el autobús que iba para Huesca y cogí el siguiente que salía por la tarde, ya que tenía que estar el domingo a retreta.
Cuando iba de viaje, llamaron a mi casa y mi madre les explicó que había perdido el autobús. Llegué al cuartel a mediodía del lunes y, al entrar al cuartel, salían los mandos a comer. Me tropecé de bruces con el sargento, me miró, lo saludé y me dijo: “Cuando vuelva de comer, te quiero ver pelado al dos”. Ese fue todo el castigo que recibí, aunque más adelante lo pagué bien.
¿Quiénes fueron tus mandos y qué opinión tienes de todos ellos?
Mi capitán fue Zato, tenientes Cubero, Cabezas y Sainz, brigada Royo y los sargentos Domínguez, Galera, López y Torres. Mi agradecimiento absoluto, sin ellos no seríamos quienes fuimos y seguimos siendo hoy, guerrilleros, y orgulloso de serlo por su gran trabajo. Fueron únicos y que, en tan solo un año, hicieron de nosotros grandes soldados, los mejores y preparados para lo peor. ¡Gracias a todos ellos!
Una vez finaliza tu servicio en la COE 52, ¿cómo ha sido tu vida personal y como veterano hasta hoy?
Después de licenciarme, estuve casi ocho años desconectado de la COE, hasta que me casé y, de viaje de novios, pasé por Barbastro. Era el año 1986, coincidiendo que sería el último año de existencia de la COE 52. En aquel momento aún estaban algunos de mis mandos. Mi sargento Galera me regaló una jarra y un cenicero grabado con el escudo de nuestra compañía. Un año después, ya con 30 años, me presenté a las difíciles pruebas para ser bombero, las cuales superé, pero, al no tener el graduado escolar, no pude entrar. Pedí un certificado de mi paso por la COE y mi sargento me lo envió en pocos días; aun así, no me dieron plaza en los bomberos.
Desde 1987 hasta el año 2003, estuve de nuevo desconectado por el trabajo, familia, piso y más trabajo. En el año 2003, recibí una carta en casa enviada por el MOE, en la que se me informaba que debía estar en el acuartelamiento en una fecha determinada y eso coincidía con la guerra en Irak. Yo, todo nervioso, pensando que me reclamaban para la guerra, al día siguiente de recibir la carta, llamé por teléfono al MOE y pregunté por el capitán Miralles, al que le pedí que me explicara el motivo de esa carta y que si nos íbamos a la guerra… El capitán se hartó de reír y me dijo: “No, Manuel. Es para informar de un encuentro de veteranos a nivel nacional…”. A raíz de ese encuentro, me entró de nuevo la vena guerrillera que hasta hoy aún me dura.
Cuéntanos algunos hechos relevantes, experiencias, anécdotas… ocurridos durante el tiempo que llevas como veterano, socio y presidente de la Asociación de Veteranos Boinas Verdes de Murcia.
Mis mayores locuras (como nos decían en la COE: “Esos locos”) las hice desde el año 2007 hasta el año 2015. Cabe destacar los descensos por barrancos en Sierra de Guara, Monte Perdido, Murcia y Alicante con el banderín Antorcha, los 101 kilómetros de Ronda, Murcia, Mar Menor y un largo etcétera.
Desde el pasado año 201O, soy el presidente de la Asociación de Veteranos Boinas Verdes de Murcia. En estos años destacaría el desfile en París, año 2013; los numerosos encuentros en el MOE; las visitas organizadas y autorizadas al JEME, MCOE y la Real Hermandad de Veteranos, entre otros actos y numerosos eventos más.
Destaca especial y cariñosamente la entrega el pasado año 2021 de la maqueta de la torre de escala de la COE 52 al Museo de la Ciudadela en Jaca (Huesca).
Tengo un gran equipo de socios muy competentes todos ellos. Aun en estos más de dos años de pandemia, seguimos trabajando y haciendo cosas porque la vida sigue. Hay que vivir y seguir trabajando.
¿Si pudieras regresar al pasado, volverías a presentarte voluntario en la COE?
Yo no regresaría al pasado para volver a la COE ya que nunca he dejado de ser guerrillero y de estar en la COE. ¡Un boina verde lo es para siempre!
Gracias, Manuel, por ser como eres y por ese espíritu guerrillero que llevas dentro y que sigas así muchos años. ¡Eres grande, amigo!