Realizada por Miguel Ángel Núñez
Vocal Relaciones Externas FEDA-VBVE
Por favor, Bernardo, preséntate.
Mi nombre es Bernardo Rodrigo Gándara. Vivo en Moncada (Valencia) donde nací hace casi 63 años. Tengo dos hijos de los que me siento muy orgulloso a pesar de que, al ser mayores, ya no me hacen mucho caso; pero bueno, creo que todos hemos hecho algo parecido.
Trabajo como encargado de obra civil, único oficio que he desempeñado en mi vida laboral. Me encanta el deporte, aunque no dispongo de mucho tiempo. Las motos siempre me han gustado y suelo salir casi todos los domingos que puedo. Espero jubilarme algún día y fomentar los pequeños caprichos y hacer muchas cosas que no puedo realizar por mi trabajo actual, entre ellas involucrarme más en la Asociación de Guerrilleros de Valencia (AGV), a la que pertenezco desde hace ya varios años.
¿Cuáles fueron tus razones o motivos para elegir ser guerrillero?
Desde muy pequeño, siempre me llamaron la atención las armas. Tenía familiares cazadores y mi padre también lo era. Me gustaba verlos salir o volver de caza, incluso el tiempo en que iba mi padre, salía con él cuando yo era muy pequeño. El campo y el monte también me atraían. Veía todas las películas de vaqueros y de guerra que ponían; aún hoy, no me pierdo ni una. También he vivido junto a un cuartel de la Guardia Civil casi toda mi vida, lo que me ha permitido relacionarme con ellos.
Cuando llegó el momento de hacer la mili, estuve súper entusiasmado; pero en el CIR de Araca en Vitoria, me llevé una gran desilusión; no quería pasarme un año de mi vida haciendo guardias en la garita, desfilando y en la cantina.
Un día llegaron para captar voluntarios unos paracas muy elegantes con sus trajes impecables. Nos contaron algo de lo bien que se estaba. Cogieron a un chaval, le pusieron un paracaídas, lo desplegaron y entre dos paracas lo arrastraron hasta que el paracaídas se hincho algo. Pensé: “Esto es un rollo”. Al poco tiempo, vinieron los guerrilleros. Nos dieron una charla que, desgraciadamente, no recuerdo y nos invitaron a ir con ellos a una compañía de operaciones especiales y, enseguida, me apunté. No sabía dónde me metía, pero lo de operaciones especiales me hizo creer que era lo necesario para que mi año no pasara en balde. Ese mismo día, llamé a mi casa y se lo dije a mi familia. No hubo comentarios, pero no les parecía buena idea en el País Vasco. Era el año 1980 y creo recordar que les preocupó. Tuve suerte de que vinieran los guerrilleros a la captación en ese momento.
¿Cómo fueron tus comienzos en la COE 62 en Bilbao?
Llegamos a Bilbao y frente al cuartel del Garellano, en un bar, nos reunimos, veteranos y nuevos, esperando la hora de entrar. Los veteranos nos daban ánimos, pero nosotros apuramos la hora. Seguramente estábamos acojonados o algo nos decía: “¿Dónde te has metido?”.
La compañía estaba en un segundo piso. Subimos despacio y en silencio, dispersos, mirando hacia arriba y vimos un señor enorme apoyado en la barandilla. El compañero que iba delante en lugar de saludarle militarmente le dijo: “Buenas noches”. Y, en seguida, ¡plas!: un golpe. Al llegar y ver a ese señor le dije: “A la orden, mi sargento”. Me devolvió el saludo e indicó: “Derecha. Entré en la compañía”, pensando yo: “Me he librado”. No sé por qué, dejé el petate y me metí en la litera a oscuras viendo entrar algunos compañeros y, de vez en cuando, un ¡plas!. Alguno comentaba: “Si no le he dicho nada, solo buenas noches”. Este sargento fue para mi un gran mando y un auténtico guerrillero.
Después de este recibimiento, ya empecé a saborear dónde estaba metido. Era todo a la carrera: gimnasia, instrucción de combate… No había tiempo para pensar mucho, ejercicios por la mañana, teórica por las tardes, preparación de maniobras… y, por si nos aburríamos, llegó el bautizo al poco tiempo: desorientados, gritos y empujones a oscuras tropezando con todo tipo de obstáculos y haciendo lo que querían con nosotros nuestros queridos veteranos porque nosotros éramos nuevos y les debíamos absoluto respeto y estar a su entera disposición.
Tenías que asimilarlo lo antes posible, puesto que, igual que todo era a la carrera, en muy poco tiempo estábamos con la fase de topografía. Al gustarme el deporte y lo militar, asumí bien todo lo que se nos vino encima.
¿Quiénes fueron tus mandos en la COE 62 y qué opinión tienes de todos ellos?
Mi capitán, Alemán Artiles; tenientes Leandro y Hernández; sargentos Clemente, Estébanez, Palencia, López Cristo y Dimas. También tuvimos un brigada, cuyo nombre no recuerdo, que venía de los paracaidistas y que participó en el salto de Maxorata en Fuerteventura en 1972. Todos ellos, grandes guerrilleros y excelentes personas que, a pesar de la dureza con la que nos formaron, nos cuidaban. Siempre he tenido la sensación de que sabían cuál era el límite.
De todas las fases que hiciste, ¿cuál fue aquella que te resultó más dura y por qué?
Lo más sorprendente de la COE era la preparación física y teórica que precedía a las diferentes fase. Esto hacía que tuviéramos una vaga idea de lo que se nos venía encima, aunque una vez en ellas nos desbordaran las expectativas.
La fase de agua, por mencionar una, fue para mí la que peor llevé; quizá porque lo que menos había practicado era el agua y no tenía nada que ver el Mediterráneo ni una piscina con el Cantábrico y la ría de Colindres donde además coincidió nuestro bautizo y la evasión y escape.
Estábamos en el fuerte de San Martín en Santoña de madrugada y empezamos a oír gritos y disparos. Los veteranos nos obligaron a colocarnos a ambos lados de la salida. Habíamos sido capturados. Teníamos que aprender a resistir un trato de prisioneros seguido de una evasión y escape. Nos sacaron a base de golpes y gritos y obligaron a meternos en una habitación a oscuras estirados en el suelo boca abajo. Se pusieron a andar sobre nosotros y se oía de todo, incluso, lloros, gritos de dolor… de todo. Seguidamente, nos metieron en camiones y nos trasladaron a una zona alejada y, al detenernos, nos sacaron de dos en dos y escuetamente nos dijeron: “Seguid por ahí”. Cogimos el camino sin mirar atrás y nos alejamos lo más rápido posible. Cuando, tras andar mucho, ya empezaba a amanecer, el camino bordeaba la costa y estábamos seguros de encontrar el fuerte y de que ya había pasado lo peor. Al girar un recodo, nos encontramos sentado a un sargento, creo recordar que era Estébanez, que nos dijo: “Meteos en el agua y andad hacia dentro”. A unos pocos metros, no hacíamos pie y el sargento nos insistía: “Seguid”. Tragando agua, nadando, salvando olas y, al fin, el sargento nos dijo: “Salid”. Creo que lo hicimos en un segundo. De ahí, ya pudimos entrar en el fuerte: habíamos superado la prueba de la boina. Teníamos el privilegio de poder llevarla al cabo de poco tiempo.
Cruzábamos la ría de Colindres día sí, día no, con aletas; pero con equipo de camuflaje y mochila de combate. Nos advertían: “Si tenéis calambres, os debéis estirar con las dos manos el pie del calambre”; pero no nos decían que al estirarnos el pie nos hundiríamos y que deberíamos soltar para volver a superficie. Así pasamos unos 20 días y, para animarnos, por la mitad de la ría pasaban los barcos con turistas a los que informaban que una compañía de operaciones especiales estaba haciendo maniobras. Imaginaros: aguas heladas, rampas y los turistas saludando desde el barquito.
El día que no cruzábamos la ría, salíamos con los botes a remo. Eso estaba mucho mejor, hasta que al sargento Clemente, en mitad de la ría, le daba por decir: “Todos abajo. Volcad la embarcación, enderezadla y volved a subir”. Recuerdo una noche en que salimos a remar; a la vuelta, comenzó un buen oleaje con el que perdíamos de vista las luces de la costa. Esa noche lo pasamos mal, incluso el sargento no nos hizo saltar. Fue complicado.
¿Y la fase en la que disfrutaste y te gustó más?
Al igual que no creo que hubiera una mala, tampoco opino que hubiera una fase especialmente buena; ya que de todas conseguíamos algo.
La fase de explosivos en Orduña estuvo muy bien. El manejo de los explosivos, los efectos del cordón detonante, el tiro nocturno viendo las trazadoras rebotar que casi las podías seguir fue toda una experiencia y los 10 kilómetros con equipo de combate y armamento en una hora fue toda una muestra más de superación personal.
Preparábamos el explosivo y cogíamos un testigo para conocer el momento en que haría explosión. Nos alejábamos a toda prisa y los mandos nos decían: “¡Quietos! ¿A dónde vais?”. Ver cómo se consume la mecha y el mando nos tiene quietos, hasta que nos dice: “¡Al suelo!” es una pasada. La explosión la notas en todo tu cuerpo. Los raíles del ferrocarril, con una pequeña cantidad de explosivo, quedan cortados como mantequilla. Fue toda una experiencia. ¡Nada que ver con los petardos que tiramos en Valencia!
¿Qué recuerdos y experiencias tienes del tiempo que estuviste en la unidad?
Muchos recuerdos y grandes experiencias, aunque por el tiempo transcurrido, no guardo los detalles que me gustaría haber retenido.
Nunca había esquiado. Nos enseñaron la cuña y, al poco tiempo, el paralelo que era una pasada. Al bajar a toda pastilla, el problema era parar o girar, pero, al final, acabamos bajando en paralelo y aprendimos a frenar en el suelo sin estilo alguno. Bajar unos metros esquiando era espectacular. Algún esquí terminó en el barranco del final de la pista, con la consiguiente bronca de alguno de nuestros mandos.
Los helicópteros de Agoncillo, donde fuimos varias veces, también fue una pasada hacer rápel desde ellos y saltar. La primera vez, cuando nos hicieron saltar rápido del helicóptero, no le dimos importancia cuando veías que, al perder el peso, el helicóptero subía y el último saltaba de más altura. Así que al siguiente salto, era decir: “Saltad” y, creo que, saltábamos todos al unísono. Con el primer salto entendimos la lección. Escondernos de los helicópteros cuando nosotros éramos la guerrilla y estos pasaban rozando los árboles donde nos escondíamos o como contraguerrilla buscando a los que tocaba encontrar. Son experiencias difíciles de olvidar si lo has vivido en una COE.
Nos reunimos para celebrar los 30 años de nuestro paso por la unidad y daba la sensación de que seguíamos en la compañía. Recordamos los buenos y viejos tiempos, cantamos Con Machete y Boina Verde… y nos sentimos orgullosos de nuestro paso por la COE 62.
Cuéntanos algún hecho relevante, anécdota o vivencia que, por sus características, nunca olvidarás.
El 23 F de 1981 nos encontrábamos en la fase de nieve en el Alto de Campoo, cerca de Reinosa. Por la tarde, empezamos a construir un iglú con el fin de pasar la noche en él. Una vez finalizado y ya entrada la noche, mi binomio y yo decidimos, como buenos guerrilleros, bajar a la aldea a ver si conseguíamos algo de comida. Al bajar la montaña nevada, en plena oscuridad, vimos al teniente, que no era muy buen guerrillero junto con un sargento, creo recordar que era Palencia. Ambos subían apresurados. Nos vieron y empezaron a llamarnos: “Venid aquí” gritaron. Nos dimos la vuelta y volvimos lo más rápido que pudimos al iglú. Al poco llegaron los mandos y nos dijeron: “Recoged todo y bajaos a la aldea rápidamente”, cosa que hicimos. En el caserío se encontraba reunida toda la compañía y nuestros mandos. No sabíamos nada de lo que pasaba. Podía tratarse de un atentado. Alguno comentaba que algo pasaba en Valencia. Todo era preocupación y un extraño silencio. De repente, en una TV en blanco y negro, escuchamos el discurso del Rey. Nada más terminar, el capitán Alemán nos dijo escuetamente: “Ya lo habéis oído. Recogemos y volvemos a Bilbao”. Nos repartieron granadas de mano y, esa misma noche, salimos hacia Garellano. La incertidumbre era grande y no sabíamos lo que nos podíamos encontrar. Además, cuando nos repartieron las granadas, era porque algo podía pasar.
En Agoncillo, diferentes COE hacíamos rotaciones porque la base de helicópteros estaba bajo amenaza de ETA y, en una de esas rotaciones, nuestro capitán propuso al jefe de la base, probar la seguridad. Solo lo sabían ellos dos. No se comunicó a nadie más en la base. Por la noche, una sección entró en ella como quiso, lo que puso en evidencia a la guardia. No les debió hacer mucha gracia a los “azafatos” pero sirvió para mejorar su seguridad. Al amanecer, fuimos a hacer rápel en un puente de ferrocarril donde se comentó el golpe que se había dado y, de repente, apareció una patrulla de la base con vehículos. Nos encañonaron con sus armas apostados detrás de sus vehículos y pidieron a los mandos que se identificaran. El cachondeo entre nosotros era grande, a pesar de que los mandos intentaban calmarnos. Identificaron a nuestros mandos y se fueron.
Después de tu servicio en operaciones especiales, ¿cómo ha sido tu vida personal, laboral y familiar? ¿Te fue útil en la vida la experiencia y los conocimientos aprendidos?
Salí con la sensación de que nos echaban de allí y, al volver a tu vida anterior si comentabas algo de lo vivido parecía que estabas contando cuentos y mentiras; por lo tanto, hubo que dejar de hablar de ello y de lo vivido.
Volví a trabajar en la empresa de mi padre con la seguridad y el orgullo que me daba haber pasado por la COE 62. Me involucré mucho en la empresa. Dos años después, falleció mi padre y tuve que hacerme cargo de la empresa con 23 años. Aquellos tiempos fueron muy duros. Siete años después, dejé la empresa y empecé a trabajar por cuenta ajena; recorrí media España por mi trabajo y así sigo hasta hoy.
Con los amigos he disfrutado comparando su mili con mi paso por la COE y he disfrutado pinchándolos como pistolos, marineritos y azafatos a los que su madre les llevaba el bocata a la valla del cuartel. Entre otros amigos también algún insumiso al que, así mismo, pinché; pero siempre desde el cachondeo y el orgullo de saber lo que había pasado, lo cual, ellos no pueden entender.
Siempre he tenido presente en mi vida laboral y familiar mi paso por la COE. El espíritu de sacrificio aprendido me ha ayudado a superar los momentos difíciles. El saber que siempre podemos hacer algo más a pesar del cansancio, frío, hambre y penurias pasadas, siempre podemos dar algo más de lo que creemos. Los peligros de mi oficio los he superado y muchos de ellos no lo han sido porque siempre podía poner en comparación algo que hice o aprendí en la COE 62.
¿Cómo te ha ido de veterano boina verde y socio de la AGV?
Mediante las redes sociales, encontré la Asociación Guerrilleros de Valencia e, inmediatamente, me apunté. Llevo varios años y, por fin, pude hablar el mismo idioma con compañeros que habían estado en una COE. Comparar las diferentes vivencias de cada uno de ellos, incluso con veteranos de GOE y resto de grupos de OE que se crearon tras la triste desaparición de las COE. Esto me hizo recuperar el orgullo de ser un guerrillero boina verde.
Recomiendo a todos los veteranos guerrilleros que se hagan socios federados para seguir creando hermandad. Lo vívido y aprendido no fue fácil; nosotros lo sabemos. Nos podemos seguir relacionando y ayudando y debemos mantener el espíritu de la COE donde dimos todo lo que pudimos e, incluso, más.
Es digno de elogio, el gran esfuerzo que hace nuestra directiva por darnos a conocer, participar en eventos de todo tipo y mantenernos unidos y como única recompensa lucir con orgullo la boina verde que un día nos ganamos. Espero en unos años dedicar más tiempo a la AGV ayudando en lo posible y participar más en su organización.
Todos los miembros de las COE, y en especial los de la 62, nos debemos de sentir muy orgullosos por haber tenido la oportunidad única de haber servido en una y, en los momentos difíciles, no desfallecer. Pensar en lo que hicimos nos hará sentir mejor, enfrentarnos a cualquier cosa que se nos presente con la misma voluntad con que lo hicimos en nuestras compañías y, pase lo que pase, siempre estaremos seguros de haberlo dado todo lo posible y un poco más por nuestra parte.
Las diferentes asociaciones federadas existentes y la facilidad con la que nos conectamos entre nosotros hoy en día nos ayudan a recordar y sentirnos orgullosos de lo que somos.
Si pudieras regresar al pasado, ¿volverías a entrar en la COE?
Por supuesto y sin dudarlo, incluso con los mismos mandos. Para mí, la COE 62 es la mejor. Entiendo que para cada uno pueda ser la suya; pero, por lo hablado con compañeros de otras compañías, me quedo con la 62 y sus mandos. Nos enseñaron, nos cuidaron, nos exigieron y nos dieron ejemplo de lo que querían hacer de nosotros.
Gracias, Bernardo Rodrigo, por permitirnos conocerte mejor, por ser como eres y por ese espíritu guerrillero que llevas dentro y que, por muchos años, sigas así.