Vie 01 diciembre 2023
Entrevista a Andrés Oliva
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Antiguo Cabo R-1º/91 y Cabo 1º METP COE 81

Realizada por José Briones Giménez

Vocal Relaciones Externas FEDA VBVE

¿Por qué te metiste en una COE? ¿Qué es lo que te atrajo? Ya debías saber que el nivel de exigencia iba a ser más elevado que en otras unidades.

Me metí siguiendo mi instinto. Desde pequeño me atraía lo militar. También me impactó muchísimo, el primer filme bélico que tuve la gran suerte de ver sin una visión sesgada, sino con toda la crudeza de aquella guerra, la guerra de Vietnam, la película era «La Chaqueta Metálica».

Cualquier unidad en la que tuviera la posibilidad de hacer cosas en el mar, me venía bien, además de que fuera cañera.  Como buen isleño siempre he tenido una atracción especial por el entorno acuático. De hecho, con 17 años recién cumplidos me presenté a la UOE de Infantería de Marina y aprobé, estando en La ESFORCA en Murcia, pero la inexperiencia, la lejanía de entorno isleño y los primeros pasos vietnamitas con el fusil en tercien alto, me hizo desistir al cabo de unas semanas. Por cuestiones personales esperé a ser llamado a filas, sin tener muy claro que haría una vez dentro. Afortunadamente, al ser del llamamiento 91/1° y tener que desplazarme a Tenerife para cumplir con mi servicio militar obligatorio, donde la COE 81 hizo captaciones, el cabo Oliva del 3/90 me dijo: «¡Podrás hacer hasta el curso de buceo!» Y decidí irme a la COE.

¿Fueron duros los comienzos? ¿Recuerdas alguna anécdota de estos primeros días?

Duros, pues casi nunca los acontecimientos son como uno imagina. Aparte del hecho, de que estábamos aislados en una montaña (donde estaba el acuartelamiento de La Mina) y solo teníamos contacto con los mandos y los veteranos, todos con su boina verde a excepción de los arrestados, que por ese hecho no la tenían, lo cual le daba un mayor valor y prestigio a la boina. Imagina lo impactante que era la situación para un recluta recién llegado.

Recuerdo una anécdota en particular que me ocurrió con el sargento Barbado. Él bajaba por las escaleras próximo a la barandilla de la unidad y yo subía, aún llevábamos el mono. Me percaté de su presencia y fui arrimándome cada vez más a la barandilla. ¡Qué ignorante era! Cuando nos cruzamos me dio tal pechazo, dejándome con cara de haba y diciéndome: «¡Recluta, se tiene usted que apartar cuando se cruce con un mando!».

¿Recuerdas cuánto tiempo tardaste en integrarte a la compañía?

Desde mi punto de vista unos tres meses, hasta la llegada del otro reemplazo. Lo que marcó un antes y un después en mí fue el hecho de haber sido seleccionado para realizar el curso de cabo de reemplazo, curso que no todos lograban culminar. 

Para mí, que no pude hacer el endurecimiento por la fractura de un dedo, y siendo la maniobra de criba por excelencia, tenía un significado especial. Hubo un pequeño grupo que pinchamos en la primera prueba de la boina, en mi caso fue ya cuando solo quedaba el pateo y las pruebas de decisión. Nos hicieron la repesca con el trato, los conguitos, el pateo y las pruebas justo el día después de ser nombrado cabo y cuando comenzaban a llegar los del remplazo de mayo. Ese fue el día más significativo de mi servicio militar, llevar mi boina verde y mis tres franjas rojas con ribete negro, poniendo en uso el artículo 65 de las antiguas Reales Ordenanzas que decía: «El cabo, como jefe más inmediato del soldado o marinero, se hará querer y respetar de él; no le disimulará jamás las faltas de subordinación; le infundirá amor al servicio y mucha exactitud en el desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda y será comedido en su actitud y palabras aun cuando sancione o reprenda”. Lo de comedido me costó más aprenderlo y fue más en mi etapa profesional y con el galón de cabo 1º.

En mi etapa como Voluntario Especial (VE) comenzó en 1992. Creía que partía con ventaja por haber realizado el servicio militar en la unidad. Junto conmigo se incorporan Yanes del 3/90 que hizo la mili en La Mina, también León junto con Zambrano y Quintana que eran de 1/92 y estando ya en la compañía optaron a VE. Pero el primer VE en entrar en la unidad después de muchos años fue Hernández Luis, nombre de guerra «Volunta». Los demás venían de la vida civil: Lázaro, Dorado, Cantalejo y Weyler.

Desde el comienzo me autorizaron a llevar mi boina verde, pero no el galón de cabo, pues debía volver a realizar el curso. La sección de VE estuvo al mando de teniente Garijo, sargento Moro y el cabo 1° Miguel. Yanes y yo éramos los auxiliares en el endurecimiento, dando caña a los nuevos.

En la etapa profesional reconozco que perdí el contacto con los que solo cumplieron un compromiso y a excepción de Zambrano, con el que he coincidido en algunas ocasiones, no sé nada del resto. En cambio, los que continuamos hasta la disolución de la unidad el 1 de enero de 1997 han sido mis hermanos, a los que se sumaron los cabos 1º Miguel y Nani una vez que realizamos y aprobamos el curso de ascenso. Realizamos una infinidad de maniobras, formación de guerrilleros, ejercicios tácticos e internacionales y entrenamiento de mandos. Fue una etapa de convivencia castrense y casi familiar junto a los suboficiales y oficiales, con momentos increíbles y no tan agradables.

Así se puede decir que formaste vínculos de amistad con algunos de tus compañeros

Por su puesto y lo dejé reflejado en unos párrafos que escribí una vez, «nos sentíamos como hermanos y sin tener la misma sangre; pero siendo capaces de derramarla los unos por los otros y sin ser necesariamente en el campo de batalla». El compañerismo era la norma básica, recuerdo liar cigarrillos con los restos de colillas que encontrábamos en las zonas recreativas del monte. También en un permiso corto de semana santa, en el día que unos llegábamos y los otros se iban, el «quinqui» de nuestro remplazo robó una videocámara, que escondió. El mando a cargo dijo que, si no aparecía, a los que tenían que marchar de permiso se les iba a denegar. Entre los que acabamos de llegar y los que tenían que irse conseguimos que el tío se derrumbara confesando, casi lo desgraciamos para toda la vida. El suboficial nos lo tuvo que quitar, para que no fuera a mayores. Devolvió la cámara siendo expulsado de la unidad.

En la unidad, hubo un momento de impase en el año 91 tanto por el traslado de La Mina a La Base de Hoya Fría, por los recortes de presupuestos, a lo que se sumó la falta de mandos por el ascenso de muchos de ellos. En la etapa profesional, en el primer contrato de 18 meses es cuando más VE estuvimos y, aunque no todos llegaron a superar con éxito el curso de cabo, éramos un escalafón diferenciado de los de reemplazo y muy unido entre nosotros, pues sentíamos que teníamos la responsabilidad que la unidad no perdiera ni un ápice de su capacidad. La amistad ha sido para toda la vida, pues conservo el contacto con ellos, tanto con los de mi vida como militar de reemplazo como con los de mi etapa de soldado profesional.

¿Mantuviste la amistad, una vez licenciado, con algún compañero de tu unidad o con compañeros del mundo de las COE, a través de alguna asociación o en la Federación de Asociaciones de Veteranos Boinas Verdes?

Sí, claro. De hecho, una vez licenciado, regrese a finales de marzo del 92 para los carnavales de Tenerife que en la década de los 90 fueron muy buenos. Estuve con Durán Rueda compartiendo diversión y curro pues tenía un kiosco y le eché una mano. A la mañana siguiente como recordaba dónde vivía por aquel entonces mi teniente D. Luís Miguel González Garijo, hoy teniente coronel en la reserva (llegó a la unidad cuando solo nos quedaba algo más de un mes para licenciarnos, pero hizo mella en nosotros) me acerqué a su vivienda para saludarlo, saliendo el hombre con los restos del disfraz de pirata que como pinturas de guerra delataban su incursión nocturna en la noche carnavalera. De las pocas palabras que cruzamos, las más importantes y que cambiaron el curso de mi vida por completo hasta el día de hoy fueron: «Oliva, han salido plazas para presentarse a VE en nuestra COE. Preséntate». De no haber realizado esa visita, posiblemente no me hubiera enterado.

Como continué en la compañía, no retomé el contactó con los de mi remplazo hasta que empezaron estas nuevas tecnologías como WhatsApp, Facebook y demás. Hoy en día solo utilizo el WhatsApp y estoy con tres grupos relacionado con mi etapa militar, el primer grupo de mi remplazo, el segundo los del 2° del 95 y el último de cabos primeros, suboficiales y oficiales que servimos en la unidad. Además, cada año, por octubre se realiza una comida en las ruinas del acuartelamiento de La  Mina y nos sirve para, una vez más, poder lucir con orgullo y solemnidad nuestra boina verde.

¿Consideras que la formación que recibiste te ha ayudado en la toma de decisiones importantes en tu día a día y a formar tu carácter?

La formación recibida fue desde mi punto de vista muy buena, tanto en mi etapa de remplazo como en la profesional, pues supieron demostrarme y enseñarme varias veces a superar mis propios límites, pero sobre todo a dar un paso al frente ya fuera para ser voluntario o para reconocer un error, forjando así el hombre que soy hoy en día. Esta actitud me ha sido muy importante en mi vida laboral, tras 22 años como conductor de guaguas (autobús en la península).

No tuve tiempo de volver a saber lo que era la vida civil, hasta poner punto y seguido en mi etapa militar, tras nueve años intensos de servicio a España entre mi primer año como militar de reemplazo, cinco años en la COE 81 y tres años en la Unidad Especial de Intervención (UEI) 15, creada con unas misiones parecidas, pero con restricciones en algunas y para dar salida a la gran mayoría de mandos con la aptitud de operaciones especiales afincados en la isla desde los cabos primeros, suboficiales y oficiales. En esta unidad de reciente creación, tuvimos preferencia para pedir destino los que estábamos disponibles al desaparecer la COE 81. Mi reincorporación como civil no fue fácil. 

En la etapa de remplazo, la verdad que explosioné, sobre todo, en lo deportivo, pues, a pesar de ser fumador, llegué a estar entre los corredores de élite de mi remplazo y la unidad. Recuerdo con orgullo que cuando el teniente Méndez ascendió y dejó La Mina me regaló sus adidas taurus, pues como no fui de los que llevé mucho dinero, siempre corría con las de dotación del ejército, aquello fue como pasar de jugar en regional a primera división.

 

¿Qué fase recuerdas especialmente o con cuál disfrutaste más?

Aquí no hay duda posible: la fase de agua siempre fue la mejor para mí. Tanto de reemplazo como profesional se realizaba en la zona sur de la isla y era la más larga con diferencia de 15 a 20 días. ¡¡Nos poníamos como toros!! Diana, izado de bandera con ropa de deporte y a correr al menos una hora. Bañito en el puertito y desayuno. Prácticas de buceo en apnea, recorrido con IBS o IBL, por binomio con aletas. Almuerzo y siesta, excepto los que no tenían que subir al Yuyu.

Por la tarde lo mismo, dependiendo de la sección. Por la noche después de la cena y en algunas ocasiones, tuvimos la visualización motivadora de la mítica película «Tiburón»…  y luego instrucción nocturna con aleteo en piña o con suerte infiltración con IBS. La maniobra se completaba con los saltos al agua desde helicóptero y alguna vez cargas explosivas subacuáticas. El colofón era el ejercicio conjunto con una patrullera de la Armada para la toma de la batería de costa de los Moriscos debajo de Hoya Fría.

En octubre de 1992, Lázaro, Yanes y yo fuimos seleccionados para realizar el curso de buceador de apoyo en Mozalbarba, Zaragoza. Aunque Yanes tuvo que retirarse por una sinusitis, Lázaro y yo lo terminamos y volvimos con nuestra aletas y machete en la solapa. A partir de ese momento la unidad ya disponía de un total de seis buceadores de apoyo.

Cuando llegamos nuestros compañeros profesionales habían realizado la supervivencia, la segunda que me perdía. Al incorporarnos nos hicieron entrega de nuestros galones de cabo. La citada fase de supervivencia la recuerdo con especial cariño, pues la hice junto con Lázaro y me aportó mucho ya que éramos los dos únicos profesionales que faltaban por realizarla y él tenía pendiente su trato de prisioneros. La hicimos en La Gomera, con el 3° del 93. Nos tocó dirigir la patrulla de la Plana, o sea no los más operativos, pero se portaron.

Lo que tengo marcado de esa fase es que había el trato de prisionero y yo no lo esperaba para mí. Caí de tal manera que me llevé golpes hasta en el carné de identidad. Acto seguido vino el pateo; después de un trato de 24 horas, salimos por la tarde    previendo llegar a la zona de vivac al día siguiente sobre las 14 horas. No fue así, eran las 18 h y nosotros todavía estábamos pateando; era impresionante ver caer a muchos como piezas de dominó. La Gomera es mucha Gomera «arrecha» y dura como los gomeros. Gracias al sargento Padilla que hizo la supervivencia con nosotros, aprendí mucho sobre todo a valorar las setas.

Como toda supervivencia hubo mucho juego psicológico con la duración y una vez culminada, Lázaro y yo habíamos fantaseado con comer hasta el infinito y más allá. La sorpresa fue que solo pudimos con un par de cucharadas de arroz y poco más. Otra de las cosas positivas es que deje de fumar.

Otra maniobra que jamás olvidaré es la subida al Teide, símbolo emblemático de nuestro archipiélago. Su verdadera envergadura la conoces cuando te atreves a subir a su poderosa cumbre. La compañía subía al menos una vez al año, después de fase de explosivos y combate de población en el Porís. Era una marcha con una duración mínima de dos noches de vivac y tres jornadas, dependiendo de donde comenzáramos. La primera noche solía ser antes de llegar a los Llanos de Ucanca y la segunda en el refugio del Teide a 3270 m.

Es toda una experiencia intentar dormir a esa altura y que luego, antes de que el manto de estrellas dé paso al instante mágico del amanecer, empieces la peregrinación a la cumbre más alta de España. La soledad de la oscuridad era profanada por las respiraciones jadeantes de los guerrilleros en procesión e incapaces de robar más oxígeno al aire por la altitud, al tiempo que observaban la retirada, tenue e imparable, de la noche. Los hombres sabían que el instante de ser los españoles de más altura llegaba de forma inminente cuando, de repente, el olor a azufre intentaba rapiñar con saña de sus pulmones el poco oxígeno del que disponían. Pero el esfuerzo, el latir bronco del corazón y el frío gélido quedaban en el olvido al ver el sol rasgar el horizonte.

En lo que siempre fui un poco a rebufo, comparado con León, (todo un referente) fue en los recorridos topográficos, más por falta de confianza que por conocimientos. El curso de cabos primeros incluyó mucha topografía sin binomio, además de las Reales Ordenanzas de las FF. AA, conocimientos específicos de combate en guerrilla y contraguerrilla, de la nueva radio PTR-4300 y un ejercicio final de infiltración y exfiltración con helicóptero.

¿Recuerdas algún hecho, anécdota especial o algo que consideres interesante?

En una ocasión, después de una infiltración ruinosa, el capitán Cristóbal me dio un toque de atención al sorprenderme en la carretera. Me remarcó que en la exfiltración el mínimo error topográfico significaba perder el vuelo de retorno a la base y tener que regresar andando. Estuvo lloviendo a mares y eso hizo que pasáramos más de cuatro días en un agujero lleno de barro, en nuestro punto de observación. Me juré que en la exfiltración no íbamos a perder el puto helicóptero; estaba en juego mi ascenso a cabo primero.

Marqué una línea recta al punto de recogida, dándome lo mismo el obstáculo que se cruzase en mi camino y, mira por dónde, aparecieron los enormes zarzales de la Esperanza. ¿Cómo atravesarlos? El buen guerrillero debe tener agudizado su pensamiento e ingenio. Se me ocurrió que el sistema ideal era tirar unos maderos, como si fuera en un charco de barro, e ir caminando por ellos, solo que no teníamos maderos. Así que los componentes de la patrulla nos convertimos en maderos. El jefe debe ser primero: «para exigir hay que demostrar». Hubo dudas al principio, pues solía tener malas pulgas en los momentos que se requería intensidad, pero oyendo mis órdenes de pisarme y darse prisa, zarzal a zarzal y barranquillo a barranquillo, logramos llegar a la hora convenida al punto de extracción.

Estuve cuatro años seguidos en la PIPOE de Jaca, con los consiguientes entrenamientos para ir en plena forma. Asimismo, realicé una inmensa variedad de ejercicios como rápeles desde el Faro de Abades o la capacitación de diferentes áreas como la de buceo en La Palma, donde aprendí a beber y comer en inmersión, a realizar operaciones matemáticas y a memorizar un texto con deficiencia de aire. Pero la prueba reina era respirar de la botella sin regulador.

Reconozco que ahí dejé a mi compañero León pasar delante de mí y como siempre el primero en hacer algo nuevo tiene más posibilidades de error… ¡Lo siento, León! Se puso la boca a una cuarta de la grifería de la botella y al abrirla a tope cogió de todo menos aire respirable, parecía un presa canario intentando masticar las burbujas que escapaban hacia la superficie. ¡Joder! Tardó poco en seguirlas ¡Jajajaja! Llegó mi turno y como uno aprende de los errores de los demás, pegué mi boca a la grifería y abrí con mesura la rueda que me daba el aire para poder seguir sumergido.

¿Quieres comentar algo además de lo ya hablado?

Para ir terminando, me gustaría también hacer una mención especial y positiva de un mando, porque las negativas deben quedar como meras anécdotas tras el paso de los años, pues si las dejas enraizar en tu ser, no se logra avanzar en el camino del día a día y así lo escribo porque así lo he experimentado en mi propia vida. Mi sargento de pelotón durante mi servicio militar obligatorio fue el sargento D. Emilio Bello Santana. Fue un mando contundente y no se granjeaba la simpatía de muchos. Pero, no sé porqué, siempre fue un referente para mí. Quedaron muchas anécdotas grabadas, algunas muy marcadas: En La Palma, al preparar unas guerrillas en el campamento hice el chorra con Durán Rueda y se perdió el cargador de su cetme; el cabo y responsable de lo sucedido, era yo. Recuerdo que me metió en la cónica pensando yo que no salía entero de allí, lo juro. Aguanté el envite y después de algún pescozón contundente me dijo: “Yo de ti saltaba por la borda, cuando regresemos en el barco, porque vas a ir directo al castillo”. Ni que decir tiene que pasé unos días acojonado. Mantuve la compostura y cuando pasamos la última noche en el acuartelamiento de La Palma, por la mañana, se me acercaron el teniente Galerón y él y me dijo: “¡Oliva, has tenido suerte! ¡Ya tenemos el cargador!”. Cumplí 15 días de arresto en La Mina, que no fueron un camino de rosas.

Y para el final he dejado uno de los hechos que no solo me marcó a mí, sino a todos los componentes de la COE 81 en aquel momento. Como anteriormente indiqué el Teide tuvo un lugar especial en mí desde el primer día que lo vi, pero este lugar majestuoso e imponente adquirió una connotación aún mayor a partir del triste momento que entre sus rocas de lava, yacen las cenizas de mi hermano de armas el cabo primero D. Óscar Lázaro Ecobo. Su fallecimiento ocurrió un 4 de septiembre de 1994, en acto de servicio, al ejecutar un rápel desde un superpuma del Servicio Aéreo de Rescate (SAR), perteneciente al Ejército del Aire, durante la preparación de los diferentes eventos para la conmemoración del XXV aniversario de la COE 102-81. Es un varapalo del que cuesta recomponerse y seguir adelante, pero es lo que se nos requiere a los militares profesionales, estar preparados para la adversidad. ¡Lázaro era un tío carismático…!  ¡El puto negro! Su nombre de guerra es M.A., pues era un mulato de madre guineana y un padre soriano de rubio pelo y ojos azules. Él era el bueno, porque era un buen líder que sabía emplear la mano izquierda en su justa medida. Me prometí, una vez pasado todo aquel negativo momento, a aprender a usar la mano izquierda como Lázaro.

Hoy en día, trabajo cara al público. Conduciendo he transportado durante estos 22 años a todo tipo gentes: canarios, inmigrantes y guiris que vienen a nuestra tierra. Intento tratar a las personas como me gustan que me traten y de dar el mejor servicio al volante de mi guagua. Pero si me tengo que levantar y dirigirme a alguien para corregir una actitud negativa, lo hago sin vacilación y con firmeza adecuada al momento, pues por mis venas sigue esa esencia guerrillera con orgullo y valía.

En todos esos años de servicio en la unidad conocí y estuve a las órdenes de bastantes mandos. Una vez ascendido a cabo 1º estaba claro que era del escalafón de tropa, pero en ningún momento los cabos 1º nos sentimos desplazados por los sargentos y éramos un solo equipo trabajando a las órdenes de los oficiales.

Aquí ya finalizó dándole las gracias a la Asociación de Veteranos de la COE 102-81, por haber puesto esta responsabilidad en mis manos y agradecer a Briones de la FEDA VBVE su infinita paciencia para terminar esta entrevista.

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Efeméride
Mar, 13 mayo 2025 11:14

El 24 de abril de 1547 se produjo la batalla de Mühlberg; en ella, aprovechando la oscuridad de la noche y la densa niebla que poblaba la zona, pequeños grupos de veteranos españoles cruzaron a nado el río y eliminaron a los pocos centinelas sajones que vigilaban la otra orilla para que el resto de la fuerza pudiera cruzarlo con seguridad. Sin neopreno ni nada parecido. 

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