En recuerdo del Capitán Vicario

Coronel José Luis Isabel Sánchez, antiguo teniente de la COE 32

Durante mucho tiempo, llevé en un bolsillo del uniforme una pequeña libreta que me servía de recordatorio y a la que acudía en el momento en que la memoria me fallaba. Hoy no puedo recordar dónde la guardé cuando dejé de considerarla necesaria al haber pasado a la situación de retiro.

Pues bien, en una de sus páginas había ido anotando los nombres de aquellos superiores que había tenido y a los cuales habría seguido sin dudarlo a donde me hubiesen ordenado. No cabe duda de que, de esta forma, se ocupaban menos páginas que si hubiese anotado lo contrario.

No sé cuántos nombres llegaría a anotar en mis 45 años de servicio, desde luego no muchos, pero sí me acuerdo de que, en cabeza de todos, se encontraba el de Javier Vicario Polo. Estoy seguro de que le habría seguido a donde fuese, sabiendo que en él tendría no a un superior sino a un compañero que no dudaría en sacrificarse por mí y en tenderme la mano en caso de necesidad.

Tardé en conocer a Javier Vicario, pues no habíamos coincidido en ningún destino y me llevaba varias promociones. Procedía de familia militar. Su padre había sido Director de la Escuela Militar de Montaña y de la Academia General Militar (AGM) entre 1956 y 1959 y un hermano suyo, Manuel, tan destacado como Javier, había llegado a general y se mantenía en pie gracias a su fuerza de voluntad para aguantar las numerosas fracturas que había sufrido en un accidente en Monte Perdido, lo que no le había impedido pertenecer a la Brigada Paracaidista, en la que se le llegó a considerar como un líder. Se decía de él que habiendo sido destinado a la AGM para ocupar la vacante de profesor de táctica, al llegar se le quiso imponer que diese la de electrónica -o algo parecido- a lo que se negó rotundamente, no dando su brazo a torcer y ocasionándole la baja en su destino en la citada academia. Javier sería muy parecido a su hermano y, por lo tanto, envidiable.

Sé que era amante de los caballos -tenía el título de Profesor de Equitación- y gran practicante del tenis y que tenía una familia extraordinaria, a la que conocí, así como una gran afición al café, del que, según contaba, siempre tenía un puchero caliente sobre el fuego de la cocina.  Con él me reí cuando contaba cómo en más de una ocasión al formar durante una visita ante la autoridad militar que había pasado revista y presentarse como “Capitán Vicario”, aquella había hecho una ligera inclinación de cabeza e intentado besarle la mano, que él siempre retiraba con presteza.

Mi primer contacto con él fue con ocasión de haber sido destinado en octubre de 1968, con carácter forzoso, a la Compañía de Operaciones Especiales núm. 81, en Orense. Él mandaba la 82, en Lugo, y coincidimos en unas maniobras conjuntas de ambas COE realizadas en la zona de Rozas y, más tarde, en la de Taboada. No tuve muchas ocasiones de hablar con él, pero enseguida supe apreciar su carácter y virtudes.

Nos volvimos a encontrar en Valencia, cuando en agosto de 1969 fue destinado a la COE 32  de la que se le había concedido el mando. En esos momentos se  inició nuestra  amistad,  que duró hasta que en julio de 1973 causé baja en el destino por haber sido ascendido a capitán.

Los comienzos de la COE 32 fueron duros, como era lógico, al partir de la nada. Sin soldados, sin alojamiento, sin equipo y faltando mandos, hubo que trabajar duro hasta que la situación se fue normalizando. El Regimiento Guadalajara núm. 20 nos acogió con cariño y aunque éramos independientes nos trataron como si fuésemos una más de sus unidades.

Mientras yo me dedicaba a preparar el programa de instrucción -el otro teniente se encontraba haciendo el Curso de Gimnasia y tardaría en incorporarse- el capitán Vicario se peleaba con el Estado Mayor de la BRIDOT III para obtener todo lo que él consideraba que necesitaba la compañía. Hubo suerte en algunas cosas y no tanta en otras, pero se consiguió poner en marcha la unidad y cuando se completó de soldados nos sentimos felices al considerar que, por fin, había nacido la COE 32.

En todo este tiempo aprecié el carácter del capitán Vicario. Siempre sereno, tranquilo, seguro de sí mismo, perseverante. Cuando el Estado Mayor de la Brigada, a veces acompañado por el general, nos visitaba en las frecuentes salidas al campo, era yo testigo de las discusiones que mantenía con ellos para conseguir que sus soldados estuviesen lo mejor dotados posible de material, sobre todo en cuanto a uniformidad. No se achantaba ante nadie, siempre seguro de tener la razón, apoyado en que nunca pedía para él sino para aquellos a los que mandaba.

Con los soldados se comportaba como un padre, siempre pendiente de sus necesidades y atento a sus problemas. No necesitaba gritar ni reprender pues tan solo con aquella voz ronca y profunda que tenía eran sus órdenes obedecidas por todos sin necesidad de repetirlas. Nunca tuvo necesidad de proferir palabras malsonantes ni de ofender a nadie. Era severo, sí, pero arrastraba a la gente con su ejemplo. Nunca disfrutó de nada que no tuviesen los demás. Para mí, fue siempre un ejemplo digno de ser imitado, tan alejado de aquel otro capitán, cuyo nombre prefiero no recordar, que, por desgracia, había “sufrido” en mi anterior destino.

Siempre satisfecho del trabajo de sus subordinados, sabía animarlos y recompensarlos en el momento oportuno, y a todos atendía en su despacho, siempre pendiente de sus necesidades y problemas.

Al abandonar la COE, ya nunca volví a tener contacto con él. Supe de sus ascensos y destinos, de cómo había pedido ir voluntario al Norte en aquellos momentos tan difíciles, dando así ejemplo de su valor y espíritu de sacrificio. No comprendí que no se le ascendiese a general. ¿Qué virtudes había que reunir para merecer este ascenso que no tuviese y hubiese demostrado él? Quizá resultase incómodo al no ser el militar sumiso y obediente que aceptaba cuanto decía su superior sin atreverse a contradecirle. Cuantas discusiones presencié en las que intervino fueron siempre en petición de mejoras en la vida de sus subordinados o defendiendo su comportamiento, atrevién­dose a todo con tal de conseguirlo.     

Se fue a una edad temprana, hace ahora diecisiete años, cuando ya había cumplido con creces su juramento a la bandera, dejando un imborrable recuerdo entre quienes tuvimos el gran honor de estar bajo su mando. Cuando, gracias al impulso del general Bataller, se quiere recordar la vida de la COE 32, creo que no hay forma mejor de hacerlo que tener presente la figura de su fundador y de reconocer sus méritos y virtudes. Javier, fuiste un ejemplo para los que te conocimos.

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