Coronel de Infantería Javier García-Valiño Molina (retirado)
Capitán jefe de la COE 51. Antiguo Teniente de la COE 61 (Burgos)
Ha muerto recientemente el capitán de Infantería D. Pablo Perera Casado, que mandó la COE 51 desde el día 19 de noviembre de 1979 hasta el día 19 de julio de 1982; en total, 2 años y 8 meses. Me embarga la tristeza. Cuando me “condenaron” a dejar la COE 51 por ascenso a comandante, poco después Pablo me sucedió en el mando de la 51. Y entonces me alegró mucho que fuera él quien me reemplazara. Pablo era una gran persona. De condición humilde, se había hecho a sí mismo. De corneta –educado en la banda de música militar– a capitán. Por su amor a la profesión, me recordaba mucho a mi amigo D. Fernando Jiménez Yago, alférez en la COE 51, y a otros compañeros que, sintiendo la misma vocación, habían llegado a la milicia por el camino más duro, a veces incluso con mujer e hijos.
Le conocí personalmente en unas maniobras conjuntas con la COE 52, en la que él era teniente. Me acababa de incorporar a la 51. Yo era capitán antiguo, y le hizo mucha gracia verme allí al día siguiente de publicarse mi destino en el Diario Oficial. Le dije: “Por eso mismo, por experiencia”: ¿qué mejor momento y situación para tomar contacto con aquellos que me iban a acompañar en el proyecto de “volver” al espíritu de la profesión?
La COE 51 que encontré al incorporarme ya tenía un marchamo especial, que se exteriorizaba, sobre todo, en el orgullo de pertenencia a la unidad que tenían sus componentes; espíritu y orgullo heredado, muy probablemente, de un grande: el capitán D. Julio Ferrer, a quien también recordamos con cariño. A partir de ese momento, me propuse potenciar ese espíritu y orgullo, inspirándome en otra idea que yo traía de mi experiencia en el Sahara español.
No volví a ver a Pablo Perera hasta 45 años después de aquel día en el que me incorporé al mando de la COE 51. El general D. Mariano Bayo, que estuvo, con el empleo de teniente, a mis órdenes en la 51, me había llamado para decirme que se estaba preparando un homenaje a Pablo Perera, ya muy mayor, en Binaced (Huesca), su pueblo natal, y que contaba conmigo para asistir a la entrega de un diploma de honor. El homenaje era una iniciativa de la Asociación de Guerrilleros de la COE 51 de Zaragoza, que le nombraba Socio de Honor.
Gracias a esta iniciativa, yo tendría la suerte de poder reencontrarle y de expresarle mi cariño y admiración. El general Bayo presidió el acto y lo inició con dos discursos entrañables. El primero fue un elogio merecidísimo de Pablo; el segundo, un recuerdo de la COE 51: su organización y disciplina. Mariano sabe que estas dos indispensables capacidades, en el momento de la verdad del combate no son suficientes, no funcionan si no tienen una base firme de motivación, que sí tenía la COE 51.
La motivación tiene muchos “ingredientes”: “el buen trato, la verdad, la justicia, la lealtad (…)”: los expresó D. Pedro Calderón de la Barca mejor que nadie. La Compañía de Operaciones Especiales n. 51 tenía todas estas cualidades, pero “la más principal” fue –y sigue siendo hoy– la amistad entre todos sus componentes.
Desde siempre, yo había manifestado mi renuncia a distinción alguna: estaba allí por Pablo; pero no hubo manera. Ahora manda el general, que me aprecia, y yo también a él mucho. Así que me dije: “Vale”. Y, durante el acto de homenaje, a
sus elogiosas palabras respondí que la única distinción que valoro –porque quizás la merezca– es el cariño de mis guerrilleros. Mientras decía esto, el general asentía.
Asistieron al acto, como miembros de la Junta directiva de la Asociación, el guerrillero Julián Hernández Forniés, presidente; su esposa Rosa Solé Cabrera, tesorera; el Capitán Miguel Ángel Ramos, vicepresidente; y también el Sargento Ferrer; quienes comparten el impagable esfuerzo por mantener viva la amistad y el orgullo de unidad guerrillera entre todos los veteranos boinas verdes de la COE 51. También estuvo con nosotros un hijo de Pablo, que le ayudaba.
A Pablo lo encontré muy solo, añorando mucho a su compañera de toda la vida. Sin duda alguna, ella merecía más que nadie ese homenaje. Le visitamos en su casita con huerto de Binaced, rodeado de innumerables trofeos, ya herrumbrosos por el paso del tiempo y la humedad: trofeos de tiro olímpico, al que ha sido muy aficionado; y acompañado de sus recuerdos, entre los que estaría –seguro– el del niño que salía descalzo del pueblo con un zurrón medio vacío para hacerse soldado.
Me queda recordar siempre con cariño a los guerrilleros David Carlos Pérez Oliveros y Jesús Gascón, mis “hijos”, que nos dejaron recientemente: el año pasado, Jesús; el anterior, David Carlos; de nuevo con la misma pregunta: ¿por qué no yo?
