Jaime Íñiguez Andrade. General de división
Antiguo teniente de la COE 62
El teniente Leandro Martín Hernanz murió en las proximidades de Javierrelatre (Huesca), durante el ejercicio principal del Curso de Operaciones Especiales, el 10 de junio de 1984, cuando, colaborando con la señalización para el aterrizaje de un helicóptero UH-1H que traía mejores radios para la COE, cayó al canal de Javierrelatre de manera accidental. Fue una caída con una gran mala suerte, pues a muy pocos metros había una pasarela de cemento con una pequeña parte sumergida en el agua con la que golpeó su cabeza, perdiendo posiblemente el conocimiento y hundiéndose por el peso del equipo que llevaba. Su cuerpo apareció metros más abajo, cuando se limpiaron afanosamente los filtros de la pequeña estación eléctrica situada al final de un pequeño embalse, unos cuarenta minutos después de su desaparición; los intentos de recuperación que se hicieron, a pesar del tiempo transcurrido, fueron inútiles.
El teniente Leandro, así se le conocía, llevaba muchos años de boina verde y en la COE 62. Procedía de suboficial, había realizado el Curso de Montaña, cuando duraba dos años, y posteriormente el de Operaciones Especiales. Era un hombre físicamente muy duro, una roca, que con 50 años seguía dando ejemplo a los jóvenes tenientes y sargentos de veintipocos; también era un maestro en todo lo que se refería a la vida en el campo, al aire libre, a los pequeños detalles que hacen una mochila mejor organizada, un refugio más resistente, una lluvia más soportable, un frío más llevadero. Y era también una gran persona, excelente compañero y jefe de boinas verdes, de los que se ganan el cariño y el respeto de todos gracias a su ejemplo y preparación. Dejó viuda, una hija, y un hijo que ha seguido la vocación militar y boina verde del padre. Fue una gran pérdida.
Todavía le recuerdo en la playa de Santoña, donde la COE 62 hacía sus prácticas de agua, con el grupo de los «patitos» (guerrilleros que no sabían nadar), con el bañador solamente, el agua por la cintura o el pecho, horas enteras sin salir de esas frías aguas, tantas que algunos días acababa amoratado, pero contento por el progreso observado, sin exigir nada a cambio. O aquel día que fuimos andado al campo de tiro (unos 25 km) y al llegar el capitán ordenó regresar, porque a muchos se les había olvidado la libreta de tiro, y lo hicimos andando otra vez; el teniente Leandro nos volvió a dar otro ejemplo de dureza y alegría. O en la fase en la yo más le veía disfrutar, en la de nieve, posiblemente por ser también diplomado en montaña, ¡qué bien usaba los esquíes, con pieles de foca o sin ella, y qué bien lo explicaba! Y qué decir de sus múltiples frases camperas, como aquella de: «Más vale humo que escarcha», en las húmedas y frías noches del norte español.
Leandro, desde entonces te echamos de menos.
Teniente Leandro, descansa en paz.