Cabo Mayor Eduardo Salvador Moragón
Cabo 1º en el GOE I, actualmente en la BOEL
Era una fría mañana de primavera de 1992, la segunda sección de la COE 12 se dirigía a realizar unas prácticas de rápel en el puente de los 11 Ojos de Soto del Real, en las proximidades de la sierra de Madrid. Al frente iba el sargento Pecho y el camino discurría al lado de la vía del tren. La mañana se estropeaba por momentos y una tormenta parecía acompañarnos en nuestra búsqueda del puente; rayos y truenos nos avisaban de la proximidad de este fenómeno meteorológico.
Cuando ya estábamos a punto de llegar, de repente un estruendoso trueno nos avisó de la proximidad de la tormenta y al instante, una descarga eléctrica nos sacudió a casi todos: los que iban en la parte delantera recibieron el mayor impacto, lo que provocó que cayeran al suelo. Aturdidos por lo sucedido, atendimos a los que habían caído; todos estaban bien y con el susto aún en el cuerpo nos separamos de la vía, lugar desde donde creíamos haber recibido la descarga. Tras comprobar que no había lesiones graves, continuamos hacia nuestro destino, eso sí con el susto en el cuerpo y separados lo máximo posible de los travesaños férreos.
Una vez en el puente recibimos la orden de colocarnos el braguero (arnés de circunstancias realizado con nuestro cordino). Ya habíamos practicado en la torre de combate, tanto los rápeles en pared como los volados en el patín del helicóptero, pero allí impresionaba mucho más: la altura se multiplicaba por 5, situación que hacía temblar las piernas. Era mi turno, ante la llamada del sargento Pecho, las pulsaciones subieron como la espuma, de repente mientras me pasaba revista y sin esperar otra cosa que enganchar y descender, me dieron dos meneos que indicaban que algo sucedía en mi atadura, retrocedí entre la aturdida cara de “¡qué c… ha pasado!”, escuchando al hombre de hierro decir “revisa tu arnés; te puedes matar”.
Efectivamente, había introducido la cuerda por fuera en vez de por dentro. Subsanado este error volví ya preparado por si me daban otro meneo, pero esta vez sí me dio el ok y procedí a enganchar el ocho para descender; salté la barandilla y el corazón me latía a mil, subidón de adrenalina, “baja el culo”, anduve hasta llegar al final del encofrado y respiré mientras abría la mano para saltar y volar. “Qué sensación más increíble”. Enseguida contacté con el suelo. “Qué pasada”, pensaba “Quiero repetir una y otra vez”.
Ronda, Málaga, a 22 de diciembre de 2023