Mar 18 febrero 2025
Especial día de la Patrona
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El milagro de Empel

La jornada en que la fe que derrotó a la desesperanza

En las gélidas tierras de los Países Bajos, cuando el invierno de 1585 extendía su manto de escarcha y desesperación, los tercios españoles se enfrentaban a uno de sus desafíos más desoladores. Cercados por el enemigo neerlandés, acosados por el frío mordaz y sin víveres que alimentaran sus cuerpos ni esperanza que calentara sus almas, los hombres bajo el mando de Francisco Arias de Bobadilla se preparaban para enfrentar lo que parecía su última batalla.

La escuadra enemiga había bloqueado todas las vías de escape. Atrapados en la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, los soldados del Tercio temían que el final se acercara. Los cañones de los neerlandeses rugían desde sus posiciones ventajosas, y los hombres, con los pies hundidos en el barro helado, sabían que al amanecer serían aplastados. La muerte era un horizonte inevitable.

En la noche más oscura, Bobadilla, en un gesto de estoica determinación, arengó a sus hombres: “¡Somos soldados del Rey y de Dios! Si hemos de morir, lo haremos con honor. Que nuestras últimas horas sean un tributo a la fe y a la patria”. Ordenó cavar trincheras no para resistir, sino para preparar un refugio espiritual donde cada hombre pudiera enfrentarse a su destino con dignidad.

Mientras cavaban, entre la tierra dura y congelada, las manos de un soldado tropezaron con un objeto extraño. Cuando lo sacó del fango, la sorpresa detuvo el aire: era una tabla con la imagen de la Virgen María. Un murmullo reverente recorrió las filas, y en los ojos de los soldados comenzó a brillar algo que hacía tiempo no se veía: esperanza. La imagen, intacta y serena en medio de la desolación, fue llevada al centro del campamento. Allí, los hombres se arrodillaron, encendieron velas y elevaron plegarias. Se encomendaban a la protección divina, seguros de que aquella aparición era un mensaje de salvación.

El amanecer trajo consigo un cambio abrupto en los vientos del destino. Los neerlandeses, confiados en su superioridad y en la inminencia de la victoria, no podían prever lo que la noche había orquestado. Un viento feroz, nacido de las entrañas del invierno, azotó las aguas del río Mosa, desbordándolo de forma milagrosa. Las heladas corrientes inundaron las posiciones enemigas, mientras la isla de Empel, donde los españoles habían hecho su refugio, permanecía a salvo, como si una mano divina la protegiera.

Los barcos neerlandeses, atrapados por el hielo y la crecida, se vieron convertidos en presas fáciles. Los soldados del Tercio, enardecidos por lo que interpretaban como la intervención de la Virgen, cargaron con una furia imparable. En cuestión de horas, lo que parecía una derrota segura se convirtió en una victoria gloriosa. El enemigo huyó en desbandada, y la isla quedó limpia de amenazas.

Los tercios proclamaron el suceso como un milagro. En honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción, declararon aquel día como sagrado, jurándole fidelidad eterna. Desde entonces, el 8 de diciembre no solo es recordado como una fecha de victoria, sino como el momento en que la fe transformó la historia y los soldados españoles se convirtieron en los herederos de un legado divino.

El Milagro de Empel sigue siendo, siglos después, un testimonio de que incluso en los abismos más oscuros, la esperanza puede surgir, y con ella, la fuerza para vencer lo imposible.

La Inmaculada Concepción, Patrona de la Infantería

Primer premio literario Patrona año 1978

Guerrillero Antonio Martínez Armenteros COE 61

El 8 de diciembre amanecerá, quizá, como uno de tantos días de otoño en San Marcial; cualquiera podrá ver el mismo patio silencioso de siempre y los mismo faroles con blanca luz.

Luego la corneta rasgará la noche; poco a poco, se irán encendiendo las luces de las compañías y los mismo soldados comenzarán a moverse maquinalmente, repitiendo, con los ojos aún semicerrados, los mismos movimientos de ayer, los de mañana… Otro día más.

Pero si el que mira es buen observador notará una vibración distinta en la corneta; un fulgor nuevo en aquellos ojos somnolientos; incluso, si se fija, podrá sentir, quizá, un suave estremecimiento en los muros.

No, no amanece un día cualquiera del año: es la Inmaculada Concepción, la Patrona de la Infantería. Y ese estremecimiento, casi imperceptible de los muros, no será sino el eco del latir desacompasado de los corazones de los soldados de San Marcial.

Difícil tarea, por no decir imposible, el intentar describir el estado de ánimo de estos hombres que después de un año de instrucción constante, de formación física y moral, de preparación militar en un esfuerzo cotidiano por llegar a ser fieles herederos de esa fiel Infantería que, durante siglos, tantas glorias ha conquistado para España; se encontrarán ese día con su Patrona, con la Virgen a la que, minuto a minuto, han dedicado tantos sacrificios; a la que siempre han recurrido en tantos momentos difíciles; con esa Virgen Madre que siempre ha respondido graciosa al arma de Infantería guiándola, velando su caminar incansablemente como solo una madre puede hacer.

En la superficie, la alegría desbordante de la fiesta; en lo más hondo, el sentimiento de acción de gracias, de amor, no sensiblero, recio, viril, de unos hombres que, dedicados a la difícil labor de defender su Patria, de afianzarla y engrandecerla diariamente en la Paz con su ejemplo y en la guerra con sus vidas “que por saber morir, sabrán vencer”, viven confiados porque saben, en su fuero interno, que Ella, en lo alto, lucha a su lado.

Acabará el día; volverán loas sombras a doblar ansiosas las esquinas del cuartel en busca de los últimos refugios de la luz; volverán a encenderse los faroles…; volverán los hombres cansados de fiesta, gozosos los ojos.

Aún se podrá oír el eco de alguna canción jocosa jugando con la noche, el rumor de una oración acurrucada en una ventana; quedarán todavía risas en el patio, por el cielo vagarán aún cientos de miradas en un vano intento de vislumbra a la Virgen.

Ella sonreirá desde lo alto, gozosa, rodeada de los miles de infantes caídos que, habiendo cumplido su heroica misión sin vacilar en vida, son ahora eficaces intermediarios, transmisores de tantos anhelo, de tantas suplicas…

Costará ese día meterse en la cama, pero hay que hacerlo. Hay que volver a la rutina, hay que comenzar con más ardor, con más empeño, renovado ahora el lazo de amor con su Patria, del mismo modo en que el hijo y la madre necesitan, en ciertos momentos de su vida, declarar su amor mutuo para darse fuerzas, la preparación constante para no defraudar la confianza depositada por España entera a su Ejército, y en particular a su Infantería, testimonio inalterable de su firme propósito de conseguir una España mejor.

Las palabras quedan ahí; si en forma de llama consiguieran mejor su intención, que ardan. Buscan solo el homenaje sincero de un soldado de Infantería a su Patrona, con la seguridad de que la torpeza de unas líneas cuando el destinatario sabe, como lo sabe la Inmaculada Concepción, leer entre líneas.

Ahora basta de palabras. Sobran. Es momento de meditación, de preparación para conseguir una unión más fructífera. Ya viene el día…

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Efeméride
Lun, 28 abril 2025 04:59

El 24 de abril de 1547 se produjo la batalla de Mühlberg; en ella, aprovechando la oscuridad de la noche y la densa niebla que poblaba la zona, pequeños grupos de veteranos españoles cruzaron a nado el río y eliminaron a los pocos centinelas sajones que vigilaban la otra orilla para que el resto de la fuerza pudiera cruzarlo con seguridad. Sin neopreno ni nada parecido. 

<<en las COE,¿Quien no ha hecho una infiltración en una noche guerrillera para adiestrarse en acciones similares? >>

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