El espíritu de la amistad, unas horas en la COE 51

Coronel de Infantería Javier García-Valiño Molina (retirado)

Capitán jefe de la COE 51. Antiguo Teniente de la COE 61 (Burgos)

A mis guerrilleros

En la madrugada de hoy, ha sido atacado y destruido el último objetivo de la guerrilla: el puesto de mando de la Brigada. Es noche cerrada. Las partidas de la Compañía de Operaciones Especiales nº 51 están aproximándose al punto de reunión de la guerrilla en el Cabezo del Soldado: una pequeña meseta dominante en los contrafuertes de la margen izquierda del río Ebro, al suroeste del vértice P-2 del campo de maniobras de San Gregorio (Zaragoza).

La niebla que cubría el fondo del valle ha desaparecido, arrastrada por un cierzo suave y frío. Aún se distinguen las estrellas en el firmamento ya gris y una banda de luz blanquecina comienza a difundirse por el este, cuando la partida del capitán alcanza el PR, donde han llegado ya la mayoría de las partidas que ahora vivaquean en seguridad en la zona.

Cunde la alegría entre los guerrilleros de las partidas. Han sido cinco noches consecutivas de mucha tensión, de infiltración y ataques coordinados y simultáneos a los objetivos de la guerrilla. Los combatientes están muy orgullosos y seguros de haber logrado siempre la iniciativa y la sorpresa en el objetivo. 

A lo largo de estos últimos cinco días, el capitán que, para coordinar estas acciones, solo ha mantenido el contacto con los jefes de partida “tomará el pulso” a sus guerrilleros. Se dirige ahora a las áreas de descanso del PR para revisar las partidas. Le acompaña el teniente Bayo.

Durante estos días, la COE 51 y la BRIDOT V han estado inmersas en un ejercicio táctico de doble acción, en el que la COE constituye la guerrilla. La brigada forma parte, en el ejercicio, de un ejército invasor que, procedente del sur, ha ocupado la ciudad de Zaragoza, consolida posiciones y controla los puentes. Desplegada en San Gregorio, la brigada defiende la cabeza de puente sobre el río Ebro en el sector de Zaragoza. Se enfrentará activamente a la guerrilla.

En la orden de operaciones del ejercicio, la misión de la guerrilla es la siguiente: “En combinación con los focos de resistencia en el interior de la ciudad, reducirá y debilitará la capacidad operativa y ofensiva de las unidades enemigas, en sus áreas de despliegue, hasta que las fuerzas propias estén en condiciones de recuperar la iniciativa y expulsar al enemigo del territorio ocupado”. Obviamente, la misión es ambigua y la ambientación resulta irreal y artificiosa; se mezcla con la misión.

La misión debe ser clara, sencilla e inequívoca. El guerrillero, preparado, motivado e identificado con la misión, solo necesita conocer con detalle el objetivo para decidir la forma y los medios a emplear en el combate.

En este ejercicio, todos los objetivos han sido permanentemente observados, y los ataques de las partidas han sido simultáneos, así como los de la guerrilla, en la que varias partidas han participado en el ataque sobre el mismo objetivo. En este último ejercicio, faltando medios de visión nocturna, las observaciones de los objetivos han tenido que hacerse de día, esquivando a las patrullas de reconocimiento enemigas y aprovechando las horas finales de luz. En ausencia de equipos de transmisión fiables, todas las acciones se han coordinado tomando como referencia principal el reloj y por el contacto físico del capitán con los jefes de partidas.

“La del alba sería” cuando el capitán entra en el área de despliegue de las partidas, próxima al punto de reunión de la guerrilla, donde va a recibir novedades de todas ellas. El alférez Yago, como más antiguo en el área, anuncia la llegada del capitán. Los guerrilleros, firmes como rocas, mirando al cielo en medio del desierto –ahora resplandeciente–, parecen húsares de otra galaxia.

El capitán está pasando revista a la partida del sargento Orleans, que ordena con voz firme e imperiosa, que no requiere punto de ejecución: “Tercera fila, un paso al frente”.

Los guerrilleros devuelven y sostienen la mirada directa del capitán a sus ojos; es algo más que un simple saludo. Ellos están muy orgullosos, pero el capitán no les felicita; espera mucho más de ellos, y ellos lo saben.

Detrás del capitán, el teniente Bayo parece disfrutar del momento. Acaba de salir de la Academia General Militar y ya sabe el nombre de todos los guerrilleros de la Compañía: “¡Pero hombre, Belinchón, se te va a caer la boina!” –ríe, intentando calársela–. “Demasiado pequeña” –dice, mientras la introduce, plegada, en la hombrera derecha de su chaqueta, sin que el guerrillero Jesús Belinchón haya movido una pestaña–. “Tienes suerte, el capitán es una madre para vosotros” –bromea Mariano, mientras observa de reojo al capitán, que tampoco se inmuta, lo toma como una ironía: el capitán no les ha ahorrado ni una pizca de dureza en este ejercicio. A continuación del teniente, viene el sargento jefe de la partida, que trata de ajustar el equipo a Belinchón. Jesús pierde el equilibrio y está a punto de caer. Luego, Carlos P. Orleans le dice: “Cambiaremos esa boina. Recuérdamelo al volver a casa”. (Cuarenta años después, Belinchón llevará con orgullo, en los encuentros de veteranos, la misma boina de entonces, colgada graciosamente de la oreja derecha).

No mucho tiempo antes de este episodio, el sargento Orleans había interceptado, con riesgo personal, la caída de un guerrillero al que le falló el anclaje de su cuerda de seguridad durante un ejercicio de instrucción. El capitán, responsable directo de la seguridad en la compañía, que ha asumido también la función de padre, no olvidará nunca esta intervención. Durante el tiempo de su mando, no ha tenido la Compañía ningún lesionado grave ni menos grave: gran mérito de los instructores.

La COE 51 no ha tenido nunca la plantilla completa; durante el 90% del tiempo de su mando, no tuvo oficiales. Los suboficiales, fieles y profesionales, han sido la mano derecha y la izquierda del capitán.

El capitán nunca ha aceptado riesgos innecesarios; tampoco circunstanciales. Durante una salida de instrucción, en la línea divisoria entre el norte de Navarra y el País Vasco, en plena “época de plomo” terrorista, las patrullas de la COE 51 llevan munición de guerra para poder responder a cualquier situación de sorpresa o emboscada. El capitán no pide autorización: no tiene ninguna duda de que debe ser así.

La única novedad preocupante de este ejercicio en San Gregorio, no la recibió el capitán durante la revista en las inmediaciones del PR de la guerrilla, sino anteriormente, en la madrugada del mismo día, durante el repliegue del ataque al último objetivo: el guerrillero Aurelio Hernández Medina, de la patrulla del cabo primero Martín, había quedado solo en una cabaña de pastores, con una lesión en la rodilla derecha que le impedía seguir caminando hacia el PR. El capitán absorbe en la suya la partida de Martín y ordena a Martín y al binomio de Medina volver a la cabaña para acompañar a Medina.

Pronto, casi milagrosamente, el capitán pudo enlazar por radioteléfono con el brigada Sánchez en el punto logístico de la COE, en los Montes de Zuera, para que enviara a las coordenadas de la cabaña el vehículo todo terreno ligero de mando –que había dejado allí en la función de abastecimiento de víveres–, para que recogiera al guerrillero Medina.

Otra novedad –esta sí en la revista en el PR– ha sido la pérdida de un “útil de mango corto” (una pala) del equipo de combate de un guerrillero. Parecería que no tiene importancia, pero en la COE 51, donde se vive la certeza del combate inminente, sí la tiene: en una emboscada, un guerrillero podría haber utilizado la pala para hacerse una mínima cubierta y así defender su vida y la de sus compañeros. La patrulla completa repasará todo el itinerario para recuperarlo. A nadie le sorprende esto. El capitán nunca castiga, porque ellos lo dan todo y mañana pueden morir en el combate. Saben que el utensilio no es lo que importa –con un simple parte se soluciona–, sino que se interiorice la lección táctica y se recuerde que cualquier pieza del equipo pertenece no solo a la unidad, sino a todos los ciudadanos.

La idea de la certeza del combate inminente va a presidir todas las actividades. El capitán la ha vivido durante años y sabe que mejora y facilita la instrucción y le da sentido a todo el programa. Para la unidad, esta idea significa estar en todo momento operativa, cualquiera que sea el nivel alcanzado en el programa de instrucción.

La palabra española guerrilla, en su origen, se refería a grupos o partidas del pueblo, dirigidos por capitanes profesionales, que efectuaban audaces golpes de fuerza contra objetivos militares durante la Guerra de Independencia. Esta palabra se ha hecho internacional: ahora define una forma de lucha. Para nosotros, el sentido original de la palabra sigue vigente; por eso queremos llamarnos “guerrilleros”. En otros países, por el valor y el carácter especial de nuestros objetivos, a los guerrilleros nos llamarían comandos. Desde el principio, el capitán ha querido dejar esto muy claro: “Somos soldados, llevamos un uniforme con la bandera de España; somos caballeros, no somos bandidos”. Es algo que han comprendido muy bien los guerrilleros de la COE 51.

El capitán ha conocido otras unidades muy operativas, con gran espíritu de cuerpo, organización y disciplina, que funcionan casi “automáticamente”. Aun así, en cualquiera de ellas, siempre se preguntaba cómo sería esa unidad en el combate. El entonces joven teniente intentaba entrar en el corazón y la mente de los futuros combatientes. Ellos eran herméticos; sus suboficiales también. El teniente no podía delegar funciones; revisaba sus mochilas de combate, para comprobar si llevaban todo el material: el mini botiquín, el equipo de zapatero y la munición; los calcetines de repuesto, para ver si estaban limpios, e incluso les ordenaba descalzarse para ver los que llevaban puestos; la cantimplora, si llevan agua: todo. Pero ¿quién revisa lo que hay en sus corazones y en sus mentes? Él sabe muy bien que el corazón y la mente de sus hombres son decisivos en el combate.

El capitán tiene toda la responsabilidad de ese elemento inmaterial que él llama motivación. Los mandos intermedios, que en la COE han sido mayoritariamente suboficiales, sí tienen la obligación ética y profesional de decirle la verdad. El capitán respeta la personalidad y la profesionalidad de cada uno de ellos, les da plena libertad como diplomados en operaciones especiales, en la función de instructores. Les apoya en su trabajo y confía en ellos. Ofrece y espera amistad y lealtad, para crear esa base espiritual en la que, desde el capitán hasta el último guerrillero que quede en el combate, pueda ser el más importante: el que tenga que resolver en una situación límite. 

La amistad y su derivada la lealtad son los únicos valores en los que se han basado la disciplina y la autoridad en la COE 51. Esto es lo más importante que se debe decir de esta unidad, porque afecta cualitativamente, en gran medida, a todo lo que se puede esperar de ella en cuanto a operatividad y eficacia en los momentos difíciles del combate, ya que una disciplina que no esté basada en aquellos valores del espíritu no es auténtica ni permanente: no resistirá la presión del fuego enemigo.

Para el capitán ha sido muy fácil: corresponde con el mismo cariño y respeto al que le tienen a él, desde el principio, los guerrilleros. Les recibirá y atenderá con absoluta preferencia en cualquier momento, directamente o en diferido, a través de los instructores; también para no interrumpir su participación en el programa de instrucción ni su tiempo de descanso.

En todo momento estará con ellos; especialmente en los ejercicios de conjunto de las salidas mensuales al exterior de Zaragoza. Saldrá con ellos a correr a primera hora de la mañana, antes del desayuno, entre las colinas y barrancos de Valdespartera, cerca del acuartelamiento, para endurecimiento y “ruptura de distancias”.

También en las salidas de instrucción. Ocasiones no han faltado. La más sencilla: una mañana de otoño, después de la instrucción, se presenta en su despacho el sargento Pedro Porras, siempre atento a la moral de los guerrilleros: “Un guerrillero está hundido; su novia le está traicionando en su pueblo de Jaén”. –“Que se presente a mí, ahora mismo”, dice el capitán. Al instante aparece el muchacho. El capitán le pregunta: “¿Y tú qué haces aquí todavía? Yo quiero un guerrillero, no otra cosa. Arregla lo tuyo y vuelve, pero sin sangre, ¿vale?” El resto se lo explicará el sargento, que ha estado observando la escena con la sonrisa que Pedro siempre lleva consigo. Con seguridad que el sargento ya había alertado al muchacho de que quizás había valorado en exceso a esa chica, que tan fácilmente lo ha dejado por otro chico.

Mucho antes de ese ejercicio de instrucción, el capitán ya sabe que no lo dejarán tirado en el combate: estarán a su lado. Arriesgarán su vida por la de sus compañeros, sus amigos, sus mandos; no abandonarán a nadie. Al límite del riesgo, mantendrán la cohesión con la fuerza inquebrantable de la amistad. Si cae el capitán, lo sabrán todos. Identificados con la misión, desbordarán el objetivo, porque cada guerrillero será, ahora, un capitán: serán invencibles.

Desde el comienzo de la instrucción de combate, y luego a lo largo del programa, se va a valorar, aprovechar y “explotar” la inteligencia del combatiente guerrillero, su espíritu creativo, su capacidad de improvisación e incluso las destrezas aprendidas desde la niñez: acechando la caza, robando manzanas o jugando a la guerra.

El programa de instrucción es un espejo del programa del curso de operaciones especiales de la EMMOE; es decir, es serio, realista, duro y diverso. Para los que hayan mandado una unidad de operaciones especiales, aunque solo haya sido una escuadra, va a constituir la fase más importante, la más difícil y la más gratificante del curso.

La preparación técnica y la física se han llevado a cabo en el entorno del acuartelamiento, entre los montes de Valdespartera y el río Huerva.

Los medios materiales disponibles para implementar el programa de instrucción de una unidad de operaciones especiales son fundamentales. En la COE 51, la pobreza de medios ha sido constante en el tiempo. Todo el programa de instrucción se ha desarrollado con un material muy antiguo y desgastado.

Sin embargo, en la COE 51, donde “el brazo de tu compañero, amigo, vale más que tu fusil”, los medios materiales, aun siendo muy importantes, no lo son tanto como los espirituales: el corazón y la mente son los más poderosos.

La dureza inevitable del programa de instrucción de combate favorece la amistad, que da la cohesión y unidad entre todos los guerrilleros. Sin determinación firme, espíritu de unidad y de sacrificio, los medios materiales no valen nada, no sirven. A lo largo de la historia, incluso la más reciente, ejércitos muy poderosos en medios han sido derrotados por otros con menores recursos materiales, incluso por ejércitos de países con ideologías equivocadas o falsas, y hasta criminales, pero con mayor determinación. El empleo de los medios debe tener un límite. Superar al enemigo en determinación, que no tiene límites, es la clave para la victoria final.

En gran medida, la concepción de la COE y la forma de entender la instrucción, introducidas por el capitán en la COE 51, han sido fruto de su búsqueda en otras unidades menos permeables y de su experiencia en el Sahara, donde la probabilidad de entrar en combate estaba muy presente, lo que proporciona una perspectiva muy auténtica de cuál debe ser la base de la disciplina y la autoridad, así como la necesidad de una preparación rigurosa e incansable, asentada en el espíritu de la profesión, que no va a cambiar.

El propio capitán no quiere que cambie o se desvirtúe tal espíritu, pese a que también le ha marcado hondamente –y no de forma positiva– la decisión tomada por el Gobierno español de renunciar a la defensa de aquel territorio y de sus habitantes, que quedaron abandonados y a merced de la codicia de su enemigo histórico. Inspirándose en esa experiencia de “impotencia” –él solo no podía defender el Sahara–, en la COE 51el mismo capitán no abandonará a nadie: a ninguno de los hombres que le han sido encomendados–. Allí continuará su combate.

Con potencia o sin ella, como hiciera antaño en aquel escenario africano, en adelante “dejará la patrulla en tierra y combatirá con ella”. Eso es un símil entre lo que había hecho en aquel conflicto saharaui y lo que ahora se dispone a hacer al mando de la COE: cogerá de nuevo su mochila de combate y se zambullirá en los problemas de los hombres y mujeres, donde está –también– su vocación. Será precisamente en la COE 51.

No muchos meses después de aquel ejercicio en San Gregorio, a aquella promoción de guerrilleros le llegó el día de su licenciamiento. Ese día el capitán sí les abrazó, después de entregar a cada uno un diploma firmado por él y por todos los instructores, en el que se especificaban todas las materias y especialidades que habían superado; algunos, después, encontrarían trabajo con ese diploma. Tampoco en ese momento el capitán les felicitó, pues aún les quedaba la mayor “prueba de fuego”: la de los zarpazos que la vida les podría deparar en el futuro. El capitán sospecha que con ese abrazo, que ellos prolongaban tanto, algunos podían pensar que, después de tanto esfuerzo, al capitán lo dejaban sin “su combate”. Lo que no sabían es que precisamente con ellos el capitán había ganado ya la batalla. 

Han pasado más de cuarenta años de aquellas maniobras y de aquel abrazo en el día del licenciamiento. Los guerrilleros se han reunido en la explanada de un restaurante, a las afueras de Zaragoza, y han llamado al capitán. Todos llevan la boina verde que los identifica. Cuando llega el capitán, ha formado la compañía entera con sus mandos intermedios, los suboficiales instructores: los que quedan. El sargento Pedro Porras presenta la formación al capitán que no esperaba este recibimiento antes de abrazar a sus amigos. Sus mujeres, muy cerca de la formación, observan y escuchan atentamente. Muchas de ellas serían las novias que los esperaban al regreso de las salidas mensuales de instrucción fuera de Zaragoza, desesperadas porque parecía que la limpieza y revista del armamento no iba a terminar nunca. Junto a ellas, algunos de sus hijos y nietos.

Entonces el capitán, ante la formación, sí les felicita: “Podéis estar muy orgullosos, yo lo estoy de vosotros. Os sigo viendo como a mis hijos”. Luego, dándose cuenta de que se estaba emocionando, para dejar claro que sigue siendo el mismo y que no se conforma nunca del todo, añade cariñosamente: “Cabrones, ¡habéis tardado más de cuarenta años en buscarme!” Esta exclamación del capitán debió de sonar como un “¡Rompan filas!”, porque eso es lo que hicieron todos, rompiendo a reír para abrazarle, incluso sus mujeres.

Han sucedido muchos acontecimientos después de que el capitán D. Julio Ferrer Sequera, al que recordamos con cariño, dejara su impronta personal en la COE 51; y muchos más desde que D. Pedro Calderón de la Barca pusiera la Verdad al mismo nivel que la Justicia y la Lealtad y descubriera en el Ejército español una “religión de hombres honrados”, en la que –con toda seguridad– ya había capitanes como el gran Julio Ferrer y muchos otros oficiales que le siguieron; entre ellos, Sancho Sopranis, Bayo, Jiménez Yago…; y otro grande (y entrañable): D. Jesús Palacio, “Suso”, que mandó la COE pocos años después de Valiño. Con su carácter abierto y alegre y su firme vocación de soldado, el capitán Palacio fue un puntal necesario para la consolidación del espíritu de amistad en la COE 51, a pesar de mandarla en momentos muy cercanos a la disolución de la unidad. Nos ha dejado recientemente, suscitando la misma pregunta que nos hicimos cuando tuvimos que despedir a dos guerrilleros muy queridos, David Carlos Pérez Oliveros y Jesús Gascón: ¿por qué no yo?

En este ejército de “hombres honrados” hay que mencionar a los suboficiales, diplomados en Operaciones Especiales: Sánchez y Serapio; Pérez Orleans, Porras, Camello, Cabrero, Baena, Nogueiras y Lorente. Entre los “hombres honrados” están también todos los guerrilleros: los cabos primeros Martín (1), Ágreda, Yarritu y Benejam; Ico, Medina, Nicolás, Osuna, Sáez, Salcedo, los hermanos Álvarez Valle…; Alagarda, Amador, Edo, Jiménez, Martín Claros…

El entonces teniente D. Miguel Ángel Ramos se encargó de cumplir con precisión la dura tarea de la disolución de la compañía. Ramos sigue hoy trabajando para que nunca se disuelva el espíritu de la COE 51. Según una vieja leyenda, transmitida por los veteranos, Ramos descubrió, durante la autopsia de la unidad, que aún había vida en la COE 51. Era el “espíritu de amistad” inquebrantable de sus boinas verdes.

Los protagonistas de este espíritu han sido siempre los guerrilleros que, pudiendo elegir, decidieron darlo todo desinteresadamente por España en la COE 51, dignificando el Servicio Militar Obligatorio (SMO) y demostrando que este ha sido una forja de buenos ciudadanos. Defender la nación es un deber y un derecho de todos los ciudadanos. Un SMO en el que cada ciudadano o ciudadana, según su situación y cualificación académica y profesional, contribuya a las necesidades de la defensa, corrigiendo errores del pasado, es compatible con el mejor ejército profesional. El SMO moderno, asociado a un sistema de reservistas eficaz, es indispensable para hacer frente a las amenazas actuales, particularmente en Europa.

Notas

(1) Es significativo que el cabo primero Martín, de Zaragoza, poco después de licenciarse, fue a visitar a sus compañeros y mandos de la COE durante unas prácticas en el campo.

(2) Al terminar su servicio militar en la COE 51, los hermanos Ramón y Manuel Álvarez Valle, asturianos, levantaron con sus manos, sin medios económicos, un camping –hermoso y ejemplar– en los Picos de Europa (Asturias), donde acogen a un grupo numeroso de guerrilleros (el “grupo de Asturias”), que allí se reúnen cada año –en otoño– con su capitán y los demás mandos. Cuando alguien les pregunta por la “dureza” de la vida en la COE 51, ambos se ríen mucho.

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