María José Rodríguez
Hija del guerrillero Manuel Rodríguez Álvarez, veterano de UOE 81
Leído el día 6 de marzo del 2022 a la Asociación de Veteranos COE 81.
Caballeros, familia, antes de nada, quiero felicitarles por el sexagésimo aniversario de la fundación de la primera Unidad de Operaciones Especiales de España, perteneciente al Regimiento de Infantería Zamora 8 en el Cumial, aquí en Ourense, y manifestar nuestro agradecimiento al presidente don Antonio Nieto y, especialmente, a su secretario don Enrique de Sousa, mi interlocutor, y a toda su Junta Directiva por llevar a cabo este homenaje a mi padre.
Es curioso cómo, en la actualidad, al pensar en un militar de las fuerzas especiales se piensa en un profesional altamente cualificado y armado hasta los dientes; pero en el año 62, si me permiten la broma, eran los dientes y poco más: unas botas tan duras que presagiaban cómo sería la instrucción que se les avecinaba, un cuchillo, un machete, el mosquetón, una mochila que pesaba un quintal y una gabardina tres cuartos a la que había que rellenar por dentro con papeles de periódico para superar el frío y la intemperie a la que estaban sometidos.
Recuerdo cuando era niña e íbamos en el coche con mis padres y mis hermanos que mi padre siempre nos contaba lo mismo a la altura de Iria Flavia: “¿Veis esta iglesia? Desde Ourense vine yo andando, con mis compañeros, por la carretera y los caminos de antes que no eran como los de ahora, con un temporal infernal, mojados, tan agotados que, al llegar al camposanto de esta iglesia, nos acomodamos como pudimos y dormimos encima de las lápidas”.
A nosotros, como niños asombrados, nos sonaba a una película de miedo y no entendíamos cómo alguien podía dormir encima de una tumba. Después de 10 o 15 veces de haberlo oído, nosotros le terminábamos contando su propia historia, que tanta huella había dejado en él: su instrucción, sus ejercicios de supervivencia, su vida en el Cumial.
También tengo que reconocer que, de niños, le hemos sacado provecho al ser hijos de un guerrillero tirador de primera, que era como se denominaba en su época a un tirador especial o francotirador.
En las fiestas, íbamos a los puestos de tiro en los que podías conseguir un oso, caramelos o cualquier juguete que de niños nos hacía gracia. Aunque la mirilla estaba modificada, no todo el mundo podía presumir de tener un tirador de primera en casa y solía hacernos felices con los premios que nos conseguía.
Con el tiempo, cobra sentido muchas cosas. Ese trastero, por ejemplo, que parecía la cueva de las mil y una noches, donde siempre tuvo, con orgullo, una colección muy especial de cuchillos y machetes que nos tenía prohibido tocar; pero que alguna vez, mis hermanos y yo, aprovechando su ausencia, habíamos desenfundado para ver qué era eso, que tanto misterio nos causaba.
Con qué fascinación lo veíamos y ahora me he dado cuenta de que son las armas que aparecen en vuestro escudo.
Fue tan importante su paso por la guerrilla, ofrecimiento que le habían hecho los mandos, después de la instrucción inicial, como un nuevo cuerpo que se creaba en España, que esos valores le han marcado toda su vida. Ahora que su memoria va desapareciendo al mundo del olvido, muchos de esos recuerdos se mantienen nítidos y le sacan una sonrisa y se ilumina su cara.
De él aprendimos la honestidad, el honor, la lealtad; ha sido un hombre entregado a su familia, a sus hijos. Un hombre que le ha costado transmitir sus emociones, pero ha realizado gestos en la vida que lo dicen todo. Incluso, arriesgando su propia vida para salvar a una persona de un incendio; a otra, de un ahogamiento y a una tercera, en un accidente de tráfico.
También la solidaridad, a pesar de ser una familia trabajadora, todos los meses ayudaba a Cruz Roja Española y a las monjas del Asilo de Ancianos de Pontevedra. Igual que comida o ropa para quien llamase a la puerta. Siempre fue un hombre servicial y presto para cualquiera que lo necesitase. Y esa ha sido nuestra escuela. Es un honor para mí, ir por la calle con él y notar el reconocimiento de la gente que lo trata con distinción, siempre de don Manuel.
¡Qué orgullosos debéis de estar, guerrilleros, de haber exportado al mundo vuestro cuerpo y vuestros valores! Hasta, incluso, en distintos idiomas no existe traducción de vuestro nombre; simplemente guerrilleros. Y yo me siento muy orgullosa de ser hija de uno de ellos.
Hay un texto que he encontrado, y que conocerán, que me ha parecido muy hermoso y descriptivo:
“Roto, descalzo, no teme a su suerte,
cuerpo cenceño y ágil, tez morena.
A la espalda el morral, camina y lleva
el certero fusil con mano fuerte.
Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vivida luz que el camino serena,
la limpia claridad de su alma buena
y el agudo reflejo de la muerte.
No hay en su pie risco vedado,
sueño no ha menester,
quejas no quiere,
donde le ordenan va, jamás cansado,
ni el bien le asombra
ni el desdén le hiere.
Temido, valeroso y abnegado.
Obedece, pelea, triunfa o muere”.
Quiero darles las gracias en nombre de mi familia por estar aquí, hoy, homenajeando a mi padre. Ya que una de las cosas más importantes que tenemos es el tiempo, que consumimos pero que nunca se recupera, y hoy, caballeros, nos han dedicado uno de sus bienes más preciados.
Les agradecería ahora, para finalizar, que me acompañaran con sus copas para hacer un brindis:
«Por los guerrilleros, por los compañeros que ya no están, por el ejército español y, si me permiten, por la paz».
Muchas gracias.