Comandante (retirado) Terencio Pérez Hortelano
Antiguo Sargento y Sargento 1º COE 103 y COE 31, Brigada y Subteniente del GOE III
Cabo Roig en los años 70 y 80
El cuartelillo de Cabo Roig enclavado en un lugar privilegiado de la costa oriolana, en el centro neurálgico de la urbanización del mismo nombre, constituye en sí mismo el pequeño milagro por el que ha acogido durante tantos años a distintas unidades militares.
En principio, cuando solo iba la COE 31, para hacer su fase de agua durante 20 días, incluso caíamos bien a los vecinos y veraneantes de la urbanización; pero, poco a poco, con la creación del GOE III, las estancias allí se fueron haciendo más prolongadas y con más personal incluso, mandando el GOE el comandante Perote, pasábamos dos meses toda la unidad en el cuartelillo, siendo tal el trasiego de vehículos y personal que empezamos a resultar molestos, al punto de que desde la gerencia de la urbanización intentaron echarnos y quedarse la parcela con diversas escusas y proyectos; pero vamos por tiempos: analizaremos los cambios en la estructura del cuartelillo y contaremos algún chascarrillo.
Durante muchos años el cuartel de Carabineros, posteriormente de la Guardia Civil, estuvo abandonado y, hacia mediados de los años 70 del pasado siglo, la COE 31, mandada por el capitán Moltó, empezó a utilizarlo como base durante las prácticas de combate en medio acuático en los meses de julio o agosto; el resto del año permanecía abandonado convirtiéndose en lugar ideal de botellones y fiestas de los jóvenes que pasaban las vacaciones en la urbanización. Así, cuando se aproximaba la fecha de la siguiente fase, nos tocaba pasar unos días antes para hacer la limpieza; algunos años, también, encalábamos los exteriores del cuartelillo.
No teníamos agua ni electricidad; esto último lo suplíamos con grupos electrógenos y el agua con el aljibe que presidía el centro del patio interior; también había un pozo, pero, que yo recuerde, siempre estuvo seco. El agua del aljibe servía para nuestro aseo personal y ducha a cubos, así como para endulzar equipos. No había aseos y nuestras necesidades las hacíamos en el cortado entre el mar y la parcela militar.
Cualquier parecido con la actualidad es imposible y voy a tratar de describir los cambios.
Creo recordar que mandando el GOE el comandante De Tiedra se nombró al sargento García como responsable del mantenimiento del cuartelillo y cuando este se fue destinado a la COE de Tenerife, ya el jefe del GOE era el comandante Perote que me nombró a mí para sustituir al sargento García. Yo estaba encantado con la idea. Eso me suponía un día a la semana de visita a Cabo Roig, relaciones con los vecinos, comprobar trabajos y limpieza del cuartelillo, etc. Había conseguido, además, que se nombrase un cabo y tres guerris, normalmente albañiles, fontaneros, pintores, carpinteros, etc. de guarnición permanente en el destacamento.
En esta época, cuando mandaba el GOE el comandante Perote, una COE estaba de permiso y la otra COE más la COE de plana y plana mayor del GOE estábamos en Cabo Roig por lo que teníamos que montar tiendas cónicas y modulares en todo el exterior de la parcela más los vehículos de la unidad así como la tienda-duchas y el aljibe que nos mandaba intendencia. Un auténtico caos.
Como ya hemos comentado antes este cuartelillo estuvo ocupado por carabineros después Guardia Civil y por supuesto por sus respectivas familias. En sus mejores tiempos, lo habitaron hasta 6 familias por lo que las edificaciones estaban preparadas con sus habitaciones, cocinas, etc., todo ello separado por tabiques con techos de yeso y cañas y, cerrando los tejados, con teja plana sobre cama de cañizo.
El cuartelillo en la década de los 90
La primera mejora que se hizo en el cuartelillo fue montar la valla exterior y por consiguiente aislar la parcela.
Tras un estudio de la oficina de construcciones militares de Alicante, empezamos la demolición de tabiques para dejar naves diáfanas y convertirlas en naves dormitorio para el personal. Igualmente se construyeron falsos techos de escayola y se impermeabilizó el tejado. Conseguimos literas y colchones para todos y la habitabilidad en el cuartelillo mejoró de manera evidente.
Seguíamos sin aseos ni duchas por lo que esta fue la siguiente obra, construimos una pequeña nave adjunta a la estructura del edificio antiguo y en ella colocamos aseos y duchas suficientes para el aseo y defecaciones del personal. En esta misma fase se hizo un almacén para el material de agua.
Creíamos que todo estaba hecho y nos cayó una denuncia de la gerencia de la urbanización porque los desagües, que eran muy antiguos, vertían directamente al mar. Teníamos otro problema que solucionar e hicimos un pozo ciego con una bomba extractora y alcantarillado nuevo a la red general de la urbanización.
El pozo ciego lo disimulamos con el monolito que hay en la parte exterior del cuartelillo. La mayoría de estos trabajos se hicieron siendo jefe del GOE el comandante Bataller y, en parte, gracias a la ayuda de un mecenas, el Sr. Gallardo, que nos apoyó con personal y materiales. Creo que también se consiguieron algunos créditos para mejora de las instalaciones.
Con la finalización de todas las obras y mejoras considerábamos que nuestros vecinos estarían contentos por la seguridad que dábamos a sus viviendas y parcelas pero aún teníamos que superar algunos escollos.
En una parcela colindante, el propietario se quejó porque cuando salíamos de las duchas, a veces, desde su parcela, se podía ver gente con poca ropa, decidimos poner una doble capa de cañizo; pero el propietario seguía muy molesto y pidió al cabo que el responsable pasase por su propiedad porque él y su familia estaban muy disgustados a pesar del cañizo. Me pasé a verle y me mostró sus quejas. Yo le comenté que a mi parecer estaba bien cubierta la separación visual y él me contestó: “Acérquese, mire por este agujero y observe cómo se ve la puerta de acceso a la nave”. Efectivamente, se veía esa puerta que si estaba abierta pues veían gente, por lo que le respondí: “Tiene usted razón, caballero, pero el agujero está en su parcela y le corresponde a usted taparlo”. La despedida no fue amable que digamos.
En otra parcela, también colindante, había unos cipreses grandes con unas ramas tremendas que nos robaban un espacio importante, en la trasera del cuartelillo, nunca se habían podado por nuestra parte y por parte del vecino estaban perfectamente podados. Un buen día pregunté a los guerris encargados del mantenimiento si alguno sabía podar cipreses y uno de ellos comentó que lo había hecho varias veces, lo cual me dio pie para incluir la poda entre los trabajos de esa semana. Dos días después me llamó el cabo para decirme: “Venga pronto, mi brigada, que con la poda se ha liado gorda”. Al día siguiente estaba allí para ver que el teórico podador había pelado los cipreses como si fueran pinos, el tronco limpio y unas ramitas en la copa. El vecino nos iba a denunciar por haber entrado en su parcela para cortar las ramas de sus cipreses así como de haber roto su intimidad familiar.
El estropicio lo arreglamos levantando una tapia de separación entre parcelas, con una altura de 2,5 m de altura, pagada por el GOE.
Tras acabar estas obras continué asistiendo a varias fases de agua; pero la relación ya no era la mismo ni siquiera parecida y, actualmente, desconozco tanto la situación del cuartelillo como de la relación con la urbanización.
Del cuartelillo de Cabo Roig podría contar muchas historietas, bromas y no tan bromas: El medusero, la pesca de ostras, la fuga de Isidoro, el curso de buzo del cabo 1º, los ronquidos del cabo 1º, los desayunos de Isidoro, los zapatos del comandante y algunos más. Para no alargarme demasiado intentaré relatar la del caldero y la del león en Cabo Roig. El resto son de un estilo parecido… eran otros tiempos.
El caldero
Cuando acaecieron los hechos que paso a relatar mandaba el GOE III el comandante Perote y la COE 32 el capitán Bataller. Yo, por entonces, era brigada auxiliar en la 32 y, como tal, era el responsable de la cocina y tenía a mi cargo todo el material de agua del GOE. En atención a la verdad diré que, para la cocina, contaba con la impagable ayuda del cabo 1º Moreno “Bullas”.
No recuerdo exactamente el año de los hechos, pero sí el desarrollo de los mismos. Todo ocurre como consecuencia de la visita del capitán general de la 3ª Región Militar, el teniente general Sánchez Bilbao.
El día anterior a la visita me llamó el comandante Perote, en presencia del capitán Bataller, y me indicó que para la comida del día siguiente, con el capitán general, quería que preparásemos un caldero, típico de la zona, con buen pescado y que fuese plato único para todo el personal unos 200 personas aproximadamente. Yo les comenté la imposibilidad de preparar una comida de ese tipo con el menaje que trae la cocina ARPA de la que disponíamos en el destacamento. El comandante, entre otras cosas, me llamó derrotista y me insistió en que lo considerase como una orden. En ese momento se me encendió la bombilla y pregunté: “De qué dinero dispongo”. Me contestaron: “El que necesites; pero tenemos que quedar bien”.
Mi cabeza echaba humo, pero iba cuadrando el círculo, poco a poco, y tomé una decisión que me podía salir bien o mal: me la jugué al 50%.
Yo creo que el capitán no durmió esa noche. Varias veces me había preguntado: “Cómo lo harás, Terencio”, a lo que siempre le contestaba: “Ya veremos, mi capitán”.
El día de la visita, y por tanto de la comida, le encargué al cabo 1º Bullas que ordenase al cocinero, un guerri muy flaco que lo más que sabía de cocina era encender los fuegos, que después del desayuno pusiese la olla media de agua con medio saco de cebollas y unos kilos de tomates maduros. Pronto empezó a hervir y daba la impresión de estar todo en marcha y naturalmente aleccioné al cocinero: “Si alguien te pregunta por el contenido de la olla, respóndele que lo necesario para preparar el caldo del caldero”; y con ese plan fue transcurriendo la mañana hasta la llegada del capitán general y como encargado del material de agua y patrón del buque insignia La Guadiana acompañé a la comitiva durante buena parte de la mañana. El capitán me preguntó varias veces: “Cómo va el caldero”, “No sufra, mi capitán. Bullas está al cargo de todo”.
Cuando volvimos al puerto, y aprovechando que la comitiva tenía prevista una visita a la antigua Torre defensiva existente a unos 200 m del destacamento, yo me fui a ver los preliminares para la comida. Preparamos unos paelleros que teníamos y, en unos fuegos de leña, los pusimos con el caldo obtenido durante la mañana en la olla de la ARPA.
A la llegada de la comitiva al destacamento, le comenté al capitán que lo ideal sería que se sentasen a tomar el aperitivo que estaba ya colocado en las mesas, mientras terminábamos de hacer el arroz, para comerlo en su punto, cosa que hicieron. ¿Me temí ser descubierto porque el comandante se dio una vuelta por la zona de los fuegos y me preguntó: “En los paelleros solo hay caldo, que piensas hacer? Yo tiré de reflejos: “No se preocupe, mi comandante, que mientras toman el aperitivo se cuece el arroz y el pescado ya lo tenemos preparado en bandejas listo para servir”. Me dijo: “Perfecto, el caldo tiene buena pinta y espero que hayáis preparado alioli”.
Por fin, todos sentados, desde el general al último guerri, degustando un frugal aperitivo y una cerveza, momento en el que saqué de dudas al cabo 1º: “Bullas, coge un Avia; llévate al cocinero y vete al restaurante Cabo Roig y dile a Domingo que te dé mi encargo”. Discretamente, salió y 15 minutos más tarde estaba todo listo para servir. El guerri-cocinero presentó uno de los paelleros en los que venía el arroz hecho y coló como si lo hubiésemos hecho en la ARPA y rematado al fuego, hasta el punto de que a los postres el general mandó llamar al cocinero y le felicitó públicamente e incluso pidió una semana de permiso para él, con frases como: “Este guerrillero es un ejemplo de la voluntad y espíritu de sacrificio de un joven español, que es capaz de hacer el mejor caldero que comí en mi vida con unos medios tan rudos y primarios, por cierto el alioli es digno de los mejore restaurantes de Valencia, ¡increíble!”. No recuerdo si el guerri disfrutó el permiso o no.
Terminada la visita el capitán Bataller estaba eufórico: “Tengo que felicitarte. Es increíble lo que habéis conseguido en una cocina ARPA y el esfuerzo de todos vosotros. Reúne a los guerris de la plana que quiero felicitarles personalmente” y hasta aquí duró el secreto porque contesté: “El caldero me lo han hecho en el restaurante Cabo Roig y ahora, si lo cree conveniente, arrésteme por engañarle”.
El cabo 1º Bullas me dijo: “Eres un cabrón por la mañana que me has hecho pasar, pero qué huevos le hechas. Ahora vamos a la heladería que me debes unos vasos”. Acabamos con una botella de JB y ya no recuerdo más.
Mantuvimos el secreto durante bastante tiempo y al comandante Perote se lo conté el día que se despidió del GOE por su ascenso a teniente coronel.
Un león en Cabo Roig
Hubo una época en la que el GOE III, el jefe era el comandante Perote, tenía como mascota un león llamado Isidoro. Estuvo con nosotros algo más de un año y como todas las mascotas salía al campo y se movía por los vivacs con relativa libertad. Hay cientos de anécdotas con Isidoro como protagonista. Contaré un par de ellas ocurridas en Cabo Roig con Isidoro.
Era muy habitual que al finalizar las prácticas, por la tarde, el comandante llamase al cabo 1º Cabanas, cuidador de Isidoro, y le ordenase cerrar las puertas de acceso recinto interior y soltase a Isidoro por el patio, pues tenía la teoría de que debía acostumbrarse a estar suelto entre nosotros. Pero lo que ocurría era que todos desaparecíamos del patio excepto el Perote y Cabanas pues eran los únicos que osaban jugar con Isidoro el cual, con 6 meses, tenía unas garras tremendas, sin hablar de sus colmillos.
En otra ocasión, cuando todo el personal había marchado de fin de semana y quedábamos en el destacamento el oficial de cuartel y el personal de servicios mínimos. Yo estaba preparando el material para las prácticas del lunes cuando vino al almacén el oficial, buen amigo mío, con cara de preocupación y me preguntó: “Camarada, sabes dónde está Isidoro? Contesté: “No tengo ni idea, pero ¿qué pasa?”. El oficial, muy preocupado, me responde: “Pues que el hp de Isidoro no está en el destacamento. Vamos que se ha escapado”.
Eran las dos del mediodía de un sábado del mes de agosto en una urbanización con mucha gente moviéndose por paseos y playas, niños jugando por todas partes. Pensé en un montón de probabilidades y ninguna era buena.
Nos dispusimos a buscarlo con el cabo de servicio y nosotros dos. Tomamos dirección a la terraza del restaurante, porque era un sitio donde al comandante le gustaba pasear con Isidoro; pero allí no estaba y los camareros no lo habían visto. A continuación, tomamos el paseo hacia la playa, que era una zona con bastante vegetación. Por fin, vimos la cadena con la que atábamos al león en su caseta; pero no veíamos a Isidoro. Tiramos un poco de la cadena y, de pronto, gruñó un poco; pero a nosotros nos pareció el rugido del rey de la selva.
El oficial sacó su arma reglamentaria y la montó. Afortunadamente, nadie nos estaba observando. Había que tirar de la cadena y el cabo no mostraba ánimo para ello yo dudaba y, por fin, el oficial se arriesgó, no sin antes comentar: “Como se venga a por mí le descargo el cargador entero”. Tiró de la cadena e Isidoro salió de su escondrijo como un manso corderito; así lo devolvimos al destacamento tras un rato en el que pasamos bastante jindama. A partir de este día, las puertas del recinto exterior nunca estuvieron abiertas, salvo para entrar o salir personal o vehículos.
Isidoro daría para un libro. Contaré otra que lio en la misma fase de agua que la anterior. Una tarde, Isidoro se soltó o lo soltaron de sus amarras y decidió darse un paseo por el recinto acojonando y dando zarpazos, seguramente jugando, a quien encontró en su camino. Nadie nos atrevimos a intentar reconducir la situación hasta que el comandante se percató de ello. Isidoro se había refugiado en una tienda cónica, que teníamos como almacén de herramientas, y allá que fue el Perote a ponerle su collar para devolverlo a su caseta. Entre los rugidos del león y los zarandeos de la tienda nos temimos lo peor para el jefe, al cual oíamos decir: “Tranquilo Isi, calma Isi, buen chico Isi,”. Pasaron unos minutos interminables y salió el comandante con camiseta y pantalón hechos girones y algunos arañazos profundos en cara y cuerpo y, tras él, apareció Isidoro con su collar puesto y la cadena arrastra.
No quiero cerrar estos relatos sobre el cuartelillo de Cabo Roig sin rendir un sentido homenaje a la memoria del teniente Morejón Verdú, muerto en un desgraciado accidente provocado por un irresponsable que perdió el control de una pequeña lancha. Murió como un héroe. Fue un ejemplar boina verde. En su memoria el cuartelillo de Cabo Roig pasó a ser el destacamento Teniente Morejón.