Con el corazón henchido

Miguel Ángel Porras López

VBV guerrillero de la COE 61, 5º/79

Hace un poco más de un año, experimentamos un vertiginoso torrente de adrenalina al compartir, con una nutrida representación de mandos y veteranos en Rabasa, una jornada saturada de profundas emociones durante el IV Encuentro de Veteranos Boinas Verdes. Ese día, los encuentros y reencuentros quedaron grabados indeleblemente en nuestras almas. Lo notable radica en que, en muchos casos, estos encuentros fueron con veteranos que nunca antes nos habíamos visto; eran veteranos de otras Compañías de Operaciones Especiales y de otras quintas.

Las distancias físicas entre los veteranos que se abrazaban podían superar los 1000 km y las temporales, más de 30 o 40 años. No obstante, a pesar de estas diferencias, existía un vínculo que nos conectaba a todos, como si hubiéramos compartido el servicio militar en el mismo lugar y en el mismo momento. Las historias que escuchamos de boca de veteranos recién conocidos no nos resultaban ni extrañas ni ajenas.

Con corazones rejuvenecidos y, al mismo tiempo, con la desazón de que aquel momento se desvanecía demasiado pronto, regresamos a nuestros respectivos hogares con la esperanza de volver a reunirnos en cualquier rincón de la geografía española lo más pronto posible.

En la siguiente asamblea ordinaria de la Federación, tras expresar gratitud y felicitaciones a los miembros más comprometidos en el evento, nos embarcamos en la tarea de organizar un nuevo encuentro. La posibilidad de realizarlo en Jaca surgió rápidamente. Las dos asociaciones que se ofrecieron, junto con nuestro vicepresidente, el coronel Joaquín Moreno, se pusieron manos a la obra de inmediato para organizar el evento con las garantías de un nuevo éxito. No puedo dejar de expresar mi agradecimiento personal por el interés, la dedicación y los esfuerzos que significaron la organización de este encuentro.

Las hojas del calendario caían, primero con cierta parsimonia; sin embargo, a medida que se acercaba la fecha elegida, los meses, semanas y días lo hacían a un ritmo cada vez más acelerado, al igual que el deseo de volver a reunirnos aceleraba los latidos de nuestros corazones.

El coronel Moreno nos encomendó a los miembros de La Voz de la Guerrilla la tarea de ser reporteros del evento. Era una responsabilidad que asumimos con cierta preocupación. Tras reunirnos y elaborar un plan de actuación, nos enfrentamos a un primer problema: la falta de personal. La ayuda llegó casi milagrosamente. Destaco la valiosa contribución de Loli Fernández y su esposo José Luis Ruiz, quienes, como intrépidos reporteros, realizaron numerosas entrevistas. Loli, con una gracia femenina sin par, cautivó la admiración de todos, desde simples guerrilleros hasta generales.

Otro destacado miembro incorporada al equipo fue José Manuel López Martos, el excepcional fotógrafo que el coronel Moreno nos indicó. Tampoco puedo pasar por alto la destacada labor de Juan Javier de Gea y de Manel Carbó. Estas líneas son un reconocimiento y mi agradecimiento por permitirme formar parte de este maravilloso equipo.

Pero retomemos la narrativa. La fecha del encuentro se aproximaba y, como cuando quedabas por primera vez con alguien que te gustaba, el corazón golpeaba con más fuerza en el pecho. Pronto estaríamos juntos nuevamente, guerrilleros de todas las edades, de todos los rincones de España, de todas las condiciones, todos unidos por un mismo espíritu.

Finalmente, llegó el día de trasladarnos a Jaca. Una vez dejadas las maletas en el hotel, mis tres compañeros de viaje y yo exploramos la hermosa ciudad. Pronto nos dimos cuenta de que Jaca estaba tomada por los boinas verdes. Los encuentros entre camaradas, ya fueran conocidos o desconocidos, se sucedían en cualquier lugar: paseando; en la terraza de un bar; en las tiendas de recuerdos; algunos en grupos numerosos; otros con sus respectivas familias; los menos, solos. Jaca respiraba el ambiente festivo y entrañable por todos sus rincones.

Un grupo de veteranos acompañados por el general Coloma localizamos un pequeño restaurante donde en un plis-plas nos dieron de cenar. La cena y la sobremesa fueron amenizadas por innumerables anécdotas contadas por el entrañable y cercano general. Acabada la cena, nos dispersamos por la ciudad acabando por retirarnos a descansar como la misma inquietud que los niños la noche de Reyes. Conciliar el sueño fue difícil, pero el cansancio del viaje, finalmente, nos venció y, por fin, caímos en brazos de Morfeo. El despertador cumplió su función a la hora establecida. Con cierta premura, nos aseamos y nos dirigimos a la base. Como en una procesión religiosa, un reguero de veteranos se sumaba a una fila de hombres con boina verde bajo una fina lluvia persistente. La procesión culminó en el templo militar. Después de superar el riguroso control de la base, un numeroso grupo de voluntarios veteranos de boinas verdes se encontraba frente al edificio principal en un silencio contenido, roto solo por el emocionado saludo entre unos y otros. Las caras de todos los veteranos, marcadas por el paso del tiempo, se iluminaban con sonrisas emocionadas que brotaban desde lo más profundo del corazón al producirse los encuentros esperados durante meses o incluso años.

La sucesión de actos que se produjo a partir de ese momento está bien documentada en esta revista y no entraré a relatarla para no reincidir en lo que ya todos conocemos. Baste decir que todos nos sentimos rejuvenecer. El semblante grave y marcial de las caras de los que formaban, con la frente mirando al cielo y recibiendo, como un nuevo bautismo rejuvenecedor, la fina lluvia que nos acompañaba en el acto castrense, lo decía todo: “fuimos, somos y seremos guerrilleros hasta morir”. Por nuestras venas aún corre con fuerza el orgullo que un día sentimos al ganarnos la boina verde.

Nuevamente hemos regresado cada cual a sus respectivos hogares. La vida continúa en la rutina de cada día; pero, aún así, volvemos a mirar con esperanza y ansia la fecha del próximo encuentro que, si no hay impedimento, volverá a ser la sede del MOE donde se nos acoge como en casa. Y repetiremos el ritual de desempolvar la vieja boina verde y, con los ojos vidriosos, volveremos a calárnosla una vez más para ir al encuentro de nuestros hermanos de milicia.

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