Miguel Ángel Porras López
Guerrillero de la COE 61
El reciente reencuentro de veteranos de la Compañía de Operaciones Especiales 82 en Lugo fue una ocasión especial para recordar una etapa marcada por la camaradería y la exigencia extrema. Cerca de 40 años después de su paso por la unidad de San Cibrao, un grupo de antiguos soldados regresó a la región para rendir homenaje a una experiencia que transformó sus vidas. La formación en San Cibrao era conocida por su dureza y la preparación física y mental que requería, en un ambiente que el veterano conocido como el guerrillero Beltrán describe como «espartano». Venido desde Barcelona, Beltrán comentó que este entrenamiento los preparaba para enfrentar lo peor, con prácticas de supervivencia que, en sus palabras, «no eran nada retóricas».
Las antiguas instalaciones de San Cibrao, que incluían tres naves, un comedor, un gimnasio y dos pistas de entrenamiento —una americana y otra española—, eran rudimentarias en comparación con los estándares actuales. Sin embargo, para estos veteranos, las condiciones severas eran el entorno ideal para el aprendizaje en supervivencia. Desde marchas extenuantes en el monte hasta jornadas de entrenamiento en condiciones inhóspitas, el programa en San Cibrao inculcaba habilidades esenciales para la supervivencia en caso de quedar aislados tras líneas enemigas. «Nos enseñamos a vivir de lo que el terreno ofreciera. Incluso en las situaciones más extremas, la misión y la supervivencia eran lo primero», comentó Beltrán. Entre los ejercicios, algunos recuerdan haber tenido que consumir cualquier cosa disponible, una metáfora de la capacidad de adaptación y el compromiso que les exige esta unidad.
Además de San Cibrao, las boinas verdes de la COE 82 se desplazaban a otras regiones gallegas para adquirir habilidades específicas. En O Grove practicaban submarinismo, en O Porriño escalada, y en las islas Cíes llevaban a cabo ejercicios avanzados de supervivencia. La formación en nieve se realizaba en la zona de Trives, en Orense, donde enfrentaban las bajas temperaturas y el desafío del terreno montañoso. Todos estos entrenamientos tenían el objetivo de hacerlos capaces de cumplir cualquier misión, sin importar las adversidades.
La boina verde, símbolo que les distinguía, era un honor ganado con esfuerzo y sacrificio, y solo aquellos que superaban las duras pruebas de la COE tenían el privilegio de portarla. Este reencuentro en San Cibrao no solo fue una oportunidad para recordar aquellos años, sino también para renovar lazos de amistad forjados en condiciones extremas. Entre los asistentes había veteranos de diversas partes de España, como A Coruña, Málaga y Barcelona, que compartieron vivencias y anécdotas de su tiempo en el cuartel, reforzando el compañerismo que los unía.
Álvaro Docal, organizador del evento, destacó el valor de esta experiencia para cada uno de ellos y la profunda huella que dejó en sus vidas. Aunque algunos se dedicaron a campos distintos tras el servicio, otros se inclinaron por profesiones en el ámbito de la seguridad, aplicando los principios y habilidades adquiridas en el COE. La mayoría coincidió en que la «mili» en San Cibrao fue una de las etapas más duras, pero también una elección que asumieron con orgullo y que los prepararon para enfrentar los desafíos de la vida.
El evento fue también una oportunidad para revivir el Lugo de aquellos años. Muchos de los veteranos recordaron cómo la ciudad, aunque provinciana y aparentemente gris, los acogió con hospitalidad. La gente local fue siempre cordial, y el trato con la población dejó una impresión duradera en los «guerrilleros» de San Cibrao, quienes ven con nostalgia aquel tiempo en una ciudad que hoy ha cambiado.
El deterioro de las instalaciones de San Cibrao es una pena para los veteranos, quienes lamentan que se haya perdido la memoria de una historia que ellos llevan con orgullo. La celebración de este encuentro reivindicó el pasado de San Cibrao y honró el espíritu de superación que definió su entrenamiento y que continúa siendo una fuente de orgullo para estos ex soldados, quienes llevan consigo el legado de los boinas verdes.