Teniente Nicolás Galiana Dura
Antiguo sargento de la COE 7
Cuando recibí una llamada, seguida de un correo del general Bataller, en el que me explicó que estaba previsto publicar el historial de la COE 101/7 en la revista Boina Verde y me invitó a participar en el mismo con un artículo, pese a que lo de escribir nunca ha formado parte de mis aficiones, consideré que se lo debía a la COE 7, donde di mis primeros pasos, y a todos aquellos guerrilleros que en algún momento formaron en las filas de la corta historia de esta compañía, dándolo todo a cambio de nada.
Eché la vista atrás e intenté reencontrarme con esos vagos recuerdos almacenados en algún rincón de la memoria o tal vez del alma. Lo que sí es cierto es que se trataba de rebuscar entre vivencias que marcaron mi vida de una forma bastante indeleble. Siempre se ha dicho que las primeras experiencias en todo ámbito de la vida quedan especialmente marcadas y, en este caso, así sucedió sin duda alguna.
Una de las primeras decisiones que señalaron el camino para mi llegada a la COE 7 ocurrió cuando durante los últimos días en la Academia de Infantería de Toledo, antes de regresar a Talarn para el tercer curso de la Academia Básica. Debido a que los suboficiales, por aquel entonces, todavía no podíamos ir destinados a la Legión, pues esta tenía sus propios suboficiales de escala legionaria, (esta unidad es la que más me gustaba y por la que incluso se podría decir que había tomado la decisión de ser militar) es cuando con un grupo de compañeros empezó a tomar forma la idea de hacer el Curso de Operaciones Especiales, decisión que durante el tercer año en la Academia maduró definitivamente y cristalizó con la presentación a las pruebas de acceso al mismo en septiembre del año 1988, tras haber sido destinado al Regimiento de Cazadores de Montaña Arapiles nº 62 en Seo de Urgel (Lérida).
La siguiente decisión, y definitiva, acaeció durante el transcurso del XXXIII Curso de Operaciones Especiales cuando allá por el mes de abril/mayo se publican el en BOD 4 vacantes de sargento para la COE 7 y una para la COE 82 y nos informan que al quedar menos de 3 meses para la finalización del curso podíamos solicitarlas. No lo dudé, y aun siendo alicantino, y a sabiendas de que el GOE III ubicado en Alicante se publicarían vacantes en julio, decidí comenzar ya la aventura. Nada me ataba a Alicante y era una oportunidad de conocer otro sitio. Fue así como el 23 de junio salió publicado mi destino junto con el de mi compañero Pepe Frau a la COE de Palma.
Finalizado el curso el día 14 de julio, me presenté en Seo de Urgel al día siguiente y el día 16 realicé la despedida de mi breve estancia en el que fue mi primer destino. A continuación, dirigí una carta de presentación al capitán jefe de la COE y le llamé por teléfono. Me dio la orden de presentarme a primeros de septiembre debido a que la COE permanecería cerrada durante el mes de agosto por el permiso estival.
Y ya si, llegados los primeros días de septiembre, cargado de petate y muchas ilusiones me presenté en la COE 7.
La COE estaba situada en la primera y segunda planta de un edificio en cuyos bajos se encontraba el 2º escalón de armamento y vehículos del Regimiento de Infantería Palma 47. Se trataba de una modestas y antiguas instalaciones. En la primera planta tenía el despacho del capitán y de los tenientes jefes de sección, la oficina del auxiliar, el cuarto de armamento, el de escalada y agua, un pequeño tatami, un aula y sala multiusos y una pequeña cantina con un pequeño patio interior. En la segunda planta estaban los dormitorios de la tropa.
Efectivamente, las instalaciones eran modestas, el material escaso, había mucha rotación de mandos, pero se respiraba un gran ambiente de trabajo y una altísima exigencia, nuestros guerrilleros la demandaban. Pegado a la Base General Asensio teníamos un buen campo de maniobras con campos de tiro y de explosivos entre otras instalaciones. Pero lo mejor de todo es que éramos la COE de Baleares y teníamos a nuestra disposición un pequeño tesoro natural, un archipiélago que esperaba ser desentrañado, conocido y pateado por sus guerrilleros. Una buena prueba de ello es que nada más llegar destinado participé en un ejercicio de guerrillas con el Batallón Mahón II en la isla de Menorca y, al mes siguiente, en otro también de guerrillas con el Batallón Teruel III en la isla de Ibiza.
La COE estaba estructurada en base a tres secciones que captaba personal de tres reemplazos anuales; así que, cuando el personal de una sección se licenciaba tras cumplir sus 12 meses de servicio militar, otra sección pasaba a ser la veterana con guerrilleros que llevaban 8 meses de mili y la tercera sección, con 4 meses, estaba a punto o acababa de hacer la prueba de la boina. Contaba también con una muy pequeña planilla de apoyo al mando que durante mi estancia estaba mandada por el sargento Toni Gelabert.
La vida en la COE era muy intensa y demandante pero la ilusión y la juventud podían con todo. Durante los casi tres años que estuve destinado en la misma, salvo un pequeño período de tiempo al principio en el que estuve bajo las órdenes del teniente Moro y otro bajo las del teniente Salamanca, la mayor parte de este periodo ejercí el mando de sección, en unas ocasiones como único mando de la misma y en otras con el sargento Casas (del que hablaré más adelante).
Como se pueden imaginar, la estancia en la COE para un sargento novato al mando de una sección de 30 guerrilleros supuso una magnífica forja. Tenía que desarrollar las sesiones de educación física, la instrucción diaria y las teóricas correspondientes, un día tras otro. A ello se debe añadir que cada uno de los suboficiales, además, teníamos que hacernos cargo de la armería, del material de escalada, del de agua, etc., así como cumplimentar los servicios de la COE que, por aquel entonces, o eran de lunes a jueves o de viernes a domingo.
Por último, estaban las continuas maniobras y salidas al campo. En definitiva, la estancia en la COE constituyó para mí una sin par escuela de mandos; más aún, una excelente escuela de vida. Además, me dio la posibilidad de conocer bastante en profundidad las islas Baleares al realizar maniobras en las cinco islas principales que la componen.
A todo ello debo añadir el orgullo de vestir mi recién estrenada boina verde y de compartir esa aventura y trabajar, codo con codo, con los mejores soldados que existen, los guerrilleros españoles. Asimismo, en la COE tuve la oportunidad de conocer a compañeros excepcionales. Quiero aprovechar para agradecer todo lo aprendido a su lado, con mención especial al apoyo y ejemplo que supuso siempre tener cerca la sobriedad, la responsabilidad y el buen hacer del sargento Frau con el que llegué destinado a la COE y, capítulo aparte, merece el haber tenido la ocasión de conocer y trabajar en la misma sección con el sargento Fernando Casas.
Fernando reunía una serie de cualidades que lo convertían en una persona y mando excepcional. Tenía la capacidad de hacerte sacar una sonrisa, cuando no una carcajada, en los momentos más jodidos. Cualidades como la nobleza, la sencillez, la lealtad y el compañerismo las tenía interiorizadas y las mostraba con tanta naturalidad que lo convertían en un mando muy carismático muy querido por sus subordinados.
No solo tuve el privilegio de conocer al sargento Casas (fallecido el 22 de mayo de 1994 en acto de servicio cuando estaba destinado en el GOE III y formaba parte de la AGT Córdoba, durante una misión en Bosnia-Hercegovina), si no que su recuerdo me ha acompañado durante toda mi vida militar, dándome fuerzas en aquellos momentos más complicados que he podido atravesar.
Y para finalizar, me gustaría dedicar unas palabras a aquellos a los que debemos tanto y que con su esfuerzo consiguieron que la COE 101/7 fuera un ejemplo de milicia, a pesar de sus cortos años de existencia.
Como ya he dicho, siempre admiré a esos soldados anónimos que cuando íbamos de captación por las islas siempre estaban dispuestos a dar un paso al frente para apuntarse a la COE y vivir su servicio militar con un componente de aventura y a sabiendas de que les esperaba una vida dura y sacrificada a cambio de nada. Soldados que durante sus primeros meses de servicio militar vivían con una desmedida exigencia su formación hasta alcanzar el reto, la meta de obtener su preciada boina verde y pasar a formar parte de la gran familia guerrillera.
Siempre admiré el compañerismo que demostraban entre ellos, a la par que el respeto por sus veteranos. Y su disponibilidad para asumir responsabilidades de mando cuando, a los 4 ó 5 meses, algunos de ellos eran ascendidos a cabos y ejercían el mando de su escuadra o cuando, a los 7 u 8 meses, unos pocos eran ascendidos a cabo primero y mandaban su patrulla, su partida o asumían la sucesión de mando cuando entraban de servicio.
Siempre me asombró de los guerrilleros su capacidad de liderazgo y de improvisación cuando se les encomendaba misiones tácticas en el campo que debían cumplir con total independencia y, en muchos casos, iniciativa. Y de sacrificio y superación cuando tenían que cruzar a nado la bahía de Pollensa durante la fase de agua, cuando tenían que alcanzar las más altas cumbres de la sierra de Tramuntana, cuando escalaban las paredes cercanas al embalse de Cúber, cuando superaban sus fases de supervivencia en la zona de Artá o en Coll Baix, cuando eran capaces de entrar en el puesto de mando de los batallones de Mallorca, Menorca o Ibiza sin ser detectados tras ocultarse y sobrevivir durante los ejercicios de guerrillas.
En fin, sería muy largo enumerar todas las virtudes y capacidades que llegaban a alcanzar nuestros guerrilleros a lo largo de su intenso servicio militar en la COE pero lo que si tengo claro es que con su ejemplo conseguían que los mandos nos sintiéramos orgullosos de formar parte de esa bonita aventura conjunta que significaba la COE.
Finalmente, llegó la hora del adiós y el 24 de marzo de 1992 efectué mi despedida de la COE 7 por salir destinado al GOE III, pero puedo asegurar que siempre guardaré con orgullo y cariño, en mi mente y en mi corazón, aquellos días en los que tuve la suerte de formar parte de sus filas.