Miguel Ángel Porras, guerrillero de la COE 61
El despertador suena inmisericorde a las 6 en punto, aunque ya hace mucho rato que los nervios me han mantenido en un duermevela que no me ha permitido descansar como debiera. No es ni la primera, ni la segunda ni la tercera vez que asisto a un encuentro de veteranos boina verdes; pero, aun así, un extraño cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Un cúmulo de emociones que me traslada al momento en que, ya habiendo jurado bandera, me dirigía, por primera vez, al destino al que me había ofrecido voluntario y que me había sido concedido: la Compañía de Operaciones Especiales 61 de Burgos. En aquellos momentos, la intranquilidad que sentía estaba justificada: desconocía qué es lo que me pasaría a partir del momento de cruzar la barrera de entrada y el cuerpo de guardia de la Base Militar Cid Campeador, así como cómo sería tratado por los que iban a ser mis mandos y veteranos, y si mis condiciones físicas y psicológicas serían suficientes para poder resistir el duro entrenamiento al que se me sometería durante las siguientes semanas y meses. Todo era nuevo y desconocido; sí, los nervios estaban más que justificados.
Pero hoy sí sabía lo que me iba a encontrar: un sinfín de veteranos y numerosos mandos, tanto conocidos como desconocidos, y sé que el esfuerzo físico y mental que voy a realizar será mínimo. Todo en un entorno conocido, por lo que los nervios están injustificados; sin embargo, el hormigueo en el estómago me acompaña hasta la mismísima entrada del cuartel, sede del MOE.
Ponerme la boina y entrar en la base mitiga el revoltijo en que se ha transformado mi estómago. Ahora empiezo a sentirme como en casa, pero esa sensación solo es momentánea ya que los saludos y abrazos con compañeros y amigos, a quienes hace tiempo no veo, vuelven a avivar el fuego de las emociones.
La suave mañana va avanzando inexorablemente. ¡Hay tanto que ver! ¡Hay tantas personas a las que saludar y abrazar! Tengo la suerte de encontrarme de frente con el coronel Juan Zato, por quien siento una gran admiración y aprecio desde hace año, y, a la vez, siento una enorme envidia de los guerrilleros que tuvieron la suerte de servir bajo sus órdenes. No me puedo retener y me lanzo a abrazarlo, a la vez que él, hace lo propio conmigo. Tras unas breves palabras lo dejo seguir atendiendo a los muchos veteranos que quieren, igual que yo, saludarlo.
Hago una rápida visita por los diferentes estands. Me quedo fascinado, cómo no, con los distintos fusiles y rifles de precisión. Paso frente al estand de saltos de paracaídas sin que me llame nada la atención debido a mi desconocimiento total sobre el tema y, a continuación, entro en la zona de las actividades acuáticas donde me llama poderosamente la atención el vehículo de propulsión submarina y pienso en lo bien que me hubiera venido hace más de 40 años un equipo como ese durante los 20 días de la fase de agua.
Se me ha hecho tarde, tengo que prescindir de ver la exhibición por parte de miembros del MOE en la torre y he de aligerar el paso pues Emilio Torralba, el secretario de la FEDA, nos ha convocado para ensayar la entrega de diplomas. Terminadas las explicaciones y tras conocer cómo debemos disponernos para que la entrega de reconocimientos sea lo más digna posible comienza el agrupamiento de veteranos por COE en la esplanada para comenzar el acto militar. Toda esta vorágine de actividades ha conseguido distraerme y, por un rato, las emociones han estado apaciguadas; pero tan pronto me coloco en mi sitio, detrás del general Bataller, estas vuelven a desbordarse. Mis pensamientos me llevan a los años 1980-1981 cuando logré entrar en el cuerpo más duro del Ejército. Había conseguido ganarme la boina superando todas las extenuantes pruebas a las que se me había ido sometiendo a lo largo unas cuantas semanas. Había sido capaz de alcanzar, en tan solo 12 meses de aprendizaje y entrenamiento, un grado de capacitación que, en aquel momento, me permitía considerarme, sin duda alguna, un soldado de élite. Y ahora, 44 años después, esos soldados de élite volvían a estar frente a mí. Nos separaban apenas unas decenas de metros, pero qué lejos estábamos en el tiempo y en los medios materiales; aunque no en el espíritu.
Ahora, en formación frente a los boinas verdes actuales, comprendo la razón de mi cóctel emocional. Recuerdo vívidamente la misma escena, con los mismos actores, ellos y nosotros, de hace dos años, durante el IV Día del Veterano Boina Verde. Las palabras del segundo jefe del MOE, el coronel Carlos Gómez Reina, me provocaron una catarsis sentimental que desembocó en la pérdida de control de las glándulas lacrimales. Y, como temía, esta vez no fue distinto. El control lacrimal se aflojó nada más finalizar el saludo de rigor hacia las autoridades cuando en su alocución, el coronel exclamó: “Estamos aquí para rendir homenaje a los auténticos protagonistas de esta historia: vosotros, los veteranos boinas verdes. Este encuentro es un acto de justicia y gratitud hacia quienes, en su momento, decidisteis servir a España en las filas de las Unidades de Operaciones Especiales. Hoy es vuestro día”. En un momento sentí un orgullo como nunca antes lo había sentido. Sí, todo aquella celebración se hacía por mí; por mí y por los miles de veteranos que un día, ciertamente lejano en el tiempo pero muy vivo y presente en nuestro pensamiento y corazón, dimos un paso al frente y, en nuestro fuero interno, dijimos: “Me atrevo”.
Hoy, después de más de 40 años, he sido consciente de que todos nosotros hemos sido artífices y forjadores de una gran historia dentro del Ejército. Hoy, suboficiales, oficiales y generales han culminado su carrera militar gracias a que un puñado de jóvenes entusiastas, aventureros y aguerridos, motivados por pasar una mili diferente, dieron un paso al frente ofreciendo su esfuerzo, su cansancio, su agotamiento, su resistencia al frío, calor, hambre… Y, como no podía ser menos, con esta materia prima de excelente calidad, estos mandos, algunos de los cuales se encuentran presentes, pudieron tejer unos cestos cuyos resultados vemos hoy en los boinas verdes del MOE, que son, no solo la élite del Ejército español, sino también una de las fuerzas de operaciones especiales más prestigiosas del mundo.
Como asegura el coronel Gómez Reina, los medios materiales han evolucionado para mejor, como no podía ser de otra manera, pero el espíritu, es decir, aquello que le da vida, permanece. Nosotros fuimos los que dimos la medida del sacrificio, abnegación y compañerismo de hasta dónde llega el límite humano porque hasta ahí nos llevaron nuestros mandos. Y ese mismo espíritu es el que se exige a los actuales miembros del MOE. Si nosotros, con los pobres medios materiales que teníamos, pudimos, ellos no pueden ser menos. Y para su motivación deben pensar: “Si ellos lo hicieron, nosotros también”. Podemos sentirnos muy orgullosos, pues nosotros, los veteranos, somos la raíz de la que se nutre el resto del árbol. Los actuales boinas verdes del MOE son el exquisito fruto maduro.
Y, ya es difícil contener la avalancha de emociones con estos pensamientos, las turbaciones se desbordan en cuanto el coronel menciona a quienes ya partieron al Punto de Reunión Final. Inmediatamente me sacude el recuerdo de mi binomio Pedro Villar, quien nos dejó hace algo más de un año y el de mi entrañable y querido amigo Fernando del Valle, con quien empecé esta bendita locura, que nos sorprendió con su partida el pasado mes de agosto. Ahora, ya no puedo contener las lágrimas al evocar los buenos y malos momentos que compartimos en aquel año ya lejano y, pese al esfuerzo por contener el raudal de emociones, las lágrimas brotan sin poder contenerlas deslizándose por mis mejillas hasta caer al suelo. Sangre, sudor y lágrimas… ¿quién me iba a decir que las lágrimas más dolorosas y amargas las derramaría cuarenta y tantos años después de dejar la COE?
Alcanzado este punto, poco a poco, el desasosiego va menguando y recupero la compostura emocional, aunque por poco tiempo, pues de inmediato surge un nuevo pico en el momento en que, tras la oración recitada por el páter, cientos de veteranos, junto con los actuales guerrilleros del MOE y demás asistentes, cantamos, con voces rasgadas por culpa un nudo que se nos hace en la garganta, La muerte no es el final y los coroneles Tiedra y Zato colocan la corona en memoria de todos los guerrilleros que ya nos dejaron adelantándose al Punto de Reunión Final.
A continuación, tras regresar los guiones a sus respectivos puestos, entonamos con renovada fuerza el himno guerrillero que, aunque desconocido en mi época de servicio militar, hoy es un nexo de unión entre el pasado, el presente y el futuro.
Tras el himno, las tropas presentes desfilan ante el general García-Almenta y, después se lleva a cabo la entrega de diplomas y reconocimientos. Especial alegría me provoca la imposición de la boina por parte de nuestro general Bataller a nuestra querida Dolores Fernández, Loli, reportera de La voz de la guerrilla, quien la luce con un orgullo, consciente del prestigio que representa. Un reconocimiento e imposición bien merecidos por el trabajo realizado en compañía de su esposo y boina verde José Luis Ruiz Navarro, también galardonado con la medalla al Mérito Guerrillero.
A continuación, un último subidón de adrenalina al escuchar de boca del general y presidente de la FEDA las palabras que nos dirige nos hace ver que, en su momento nunca sospechamos que nuestro emblema con el machete guerrillero se incrustaría profundamente en el corazón y estaría presente en nuestras vidas para siempre. ¡Qué gran verdad! Y para constatarlo ahí estamos, después de varias décadas, firmes ante él como lo estuvimos frente al capitán de cada una de nuestras compañías.
Y, para finalizar, le damos un gusto al cuerpo con un paso ligero guerrillero acomodado a las circunstancias a las que por edad nos hemos tenido que ir adaptando, porque aunque el espíritu sigue siendo joven, los años han ido haciendo mella en nuestros cuerpos. Y todos, como antaño, trotando y cantando vamos pasando, con el orgullo que nos concede el llevar por méritos propios la boina, por delante de la tribuna en un último acto de entrega y con un grito silencioso en el fondo del alma exclamamos: ¡Aquí estamos los guerrilleros para mayor gloria de España!