Anécdotas de la COE de la EMMOE

Julio Arranz Seguí

Antiguo Capitán de la COE EMMOE (1985-87)

Espero contribuir a la síntesis histórica de la COE de la Escuela con algunas anécdotas que me resultan curiosas a la vez que entrañables. Debo deciros que, como base de este anecdotario, la COE de la EMMOE siempre me ha recordado, y valga el infantil símil, a esa irreductible Aldea Gala, de los entrañables cómics de Astérix y Obélix. Con su jefe de Aldea-COE; con su druida, nuestro querido brigada auxiliar que tan bien nos atendió en nuestros refrigerios; con su Obélix, llamémosle Cabo 1º Tío Juan; con su Astérix, personaje al que cualquiera de los tenientes emula a la perfección; y con todos esos aldeanos-soldados, que tanta suerte tuvimos de comandar; por supuesto, no podía faltar Idéfix, nuestra mascota Tempranillo. Y aquí viene mi primera anécdota.

El chalé del jabalí Tempranillo

Por supuesto, no hay COE que se precie, sin una mascota. Y a nosotros nos vino cedida por un buen amigo mío de Jaca, un tal Jesús, dueño del mesón que hay detrás de la Torre de la Cárcel. Don Jesús pertenecía a una peña de caza de jabalíes y ante la muerte de una hembra que dejó huérfanos a tres rayones, nos ofreció uno que, por supuesto, pasó a engrosar las filas de la COE como mascota, con el nombre de Tempranillo en recuerdo del célebre guerrillero.

En un principio teníamos instalado a nuestro jabato detrás de la COE, para que no se notara mucho. Pero había que buscarle un mejor refugio; lo encontramos en un lugar al lado de las naves del Curso de Guerrilleros. Y así que, sin más y, sin ningún explícito permiso, le construimos su chalé a Tempranillo. Se trataba de un recio cercado de alambre, con puerta. En su interior, una caseta de cemento con un patio también de cemento y una zona de tierra para que se revolcara y pudiera tener su aseo personal.

Alguna queja nos vino del comandante Lavilla (El Cazurro), a la sazón jefe del Curso de Operaciones Especiales. Más que todo, por el olor que desprendía el chalé de nuestra mascota. Pero dado su carácter campechano, no le dio demasiada importancia y no protestó demasiado. Quizá, hasta le hizo gracia nuestra osadía.

Y llegó el día, en el que el nuevo general de la EMMOE, Antón, pasó revista al acuartelamiento de la mano del coronel subdirector, hasta entonces jefe interino (coronel Doncel). Y, al llegar al chalé-cochiquera de nuestra mascota, Tempranillo, le preguntó al coronel: “¿Y esto que es?”. Doncel le contestó (con su ronco y característico timbre de voz): “Es la mascota de la COE”. El general prosiguió: “Y ¿quién ha dado permiso para construir esto”? “No lo sé, un día lo vimos ya construido”: contestó el coronel. El comandante Lavilla, que casualmente estaba en la comitiva, le dijo: “Cosas de Julito Arranz, el capitán de la COE,”. “Bien, ya hablaré con el capitán Arranz”, dijo Antón.

Efectivamente, llamado al despacho y después de una agradable conversación, fui apercibido de arresto. Imagino que por saltarme todos los cauces reglamentarios.

Una lavandería en los aseos de la COE

La segunda anécdota también tiene como uno de los protagonistas al general Antón como consecuencia de una de sus primeras revistas a los locales de las distintas compañías de La Escuela: la de Artillería, de Esquiadores, de Ingenieros, de Cazadores, de Plana Mayor y, por supuesto, la de Operaciones Especiales; más las unidades del Batallón de Apoyo de la EMMOE. Nunca mejor estuvo la EMMOE. ¡Qué tiempos!

Pues bien, llegado el general Antón a las naves de la COE quedó impresionado, imagino que favorablemente, al ver la nave dormitorio forrada de costeros de madera. Aunque su sorpresa fue en aumento cuando vio una de las zonas de los servicios y aseos casi totalmente ocupada por lavadoras y ventiladores para secar la ropa.

El general me dijo: “Vamos a ver, mi capitán, quién le ha dado permiso a usted para forrar toda la nave de costeros de madera y casi sustituir los servicios de la compañía por una lavandería”. “Nadie, mi general”: fue la contestación. El jefe de la Escuela prosiguió: “Y entonces ¿de dónde ha sacado el dinero para hacer todo esto?”. “Del fondillo de la COE que generamos vendiendo efectos militares, como llaveros y unas botellas de vino. Lo empleamos para mejorar la vida de los soldados. Por ejemplo, para comprar mochilas nuevas, para todos los soldados y lo que haga falta. Llevamos un libro de caja, con todas las entradas y salidas”: fue mi respuesta. 

El general me respondió: “Pues que sepa que están prohibidos los fondillos. Lo que necesite, lo pide por conducto reglamentario al Almacén de Efectos. Ya hablaremos …”. Bien es verdad que, tanto los efectos militares, el fondillo de la COE y las lavadoras, eran heredadas del anterior capitán de la COE, Fernando Carbonell. Aunque también es verdad que todo lo engordamos bastante.

Voy a hacer un inciso, para explicar que el vino de la COE provenía de una bodega que tenía una barrica con nuestro nombre y que el etiquetado (diseñado por nosotros), pegado y lacrado de las botellas lo hacíamos en la COE. También merece comentario aparte, que toda la madera de costeros (comprada por el fondillo de la COE) fue trabajada, barnizada y colocada por un magnífico guerrillero de la COE que estaba en la “cafarna” (como solíamos apelar a los que se encontraban de baja para realizar algunas actividades de instrucción, pero no impedidos para otras cosas). Y es de resaltar que se tomó su trabajo con verdadera dedicación y alegría, mostrándose muy satisfecho cuando acabó su decoración. Trabajo que quedó muy bien, un auténtico espectáculo.

Me gustaría hacer notar, que tanto lavadoras como ventiladores tenían su por qué. Aunque la EMMOE disponía de su propia lavandería, nuestros guerrilleros no daban abasto para lavar su ropa. Así que este servicio adicional prestado fue de gran ayuda para ellos, con mención especial para los tres o cuatro soldados de “la cafarna” que desarrollaron un buen papel en el mantenimiento de dicho servicio de lavandería que, a pesar de todo, se lo tomaban muy en serio.

Unas migas montañesas

La tercera anécdota tiene que ver con el servicio de cocina del acuartelamiento. Lo normal en la EMMOE era que los guerrilleros no hicieran el servicio de cocina ni otros que no fueran los propios de su unidad. Por lo tanto, el capitán de la COE y los capitanes del Curso de Operaciones Especiales no efectuaban el servicio de cocina. Pero por una cuestión circunstancial que no viene al caso y, básicamente, por compañerismo y sin servir de precedente, la COE se presentó voluntariamente para dicho servicio, fuera de turno. Tenía una duración de un mes y era rotatorio. Su responsabilidad era la compra y la confección de todas las comidas para los soldados del acuartelamiento. Se nombraba un “capitán de cocina” que se hacía acompañar, normalmente, por el brigada auxiliar de su compañía.

Por supuesto, nuestro druida, el brigada de nuestra COE, estaba al frente de la confección de las comidas. El caso es que un día me dice que tiene mucha ilusión por hacer una migas montañesas, dentro del menú de uno de los días, pues le parece que es una comida típica jacetana que no se había hecho nunca. Lo cual me pareció muy bien, una brillante y osada idea.  Craso error, porque salió un empedrado, en fin, que no había estómago que se lo comiera. Tanto, que hubo una protesta generalizada. A raíz de la cual nuestro brigada fue llamado al despacho del general Antón, imagino que con la intención de mantener una charla con él y arrestarlo unos cuantos días, por el desaguisado cometido. Evidentemente la amena charla continuó conmigo, como último responsable de la feliz idea. De la que no logré convencerle. Afortunadamente la sangre no llegó al río.

Las escapadas de Tempranillo

Como colofón, es de ley que escriba un poco de nuestra querida mascota, el jabalí Tempranillo . Algo que no podía quedar en el tintero y que estoy seguro de que vosotros tendréis un montón más de anécdotas.

Llegó a nosotros jabato y con nosotros creció y se hizo querer. Dócil y cabezota a la vez, jamás atacó con malas artes a ninguno de la COE, aunque algún revolcón sí que dio a alguno. Así, en el campamento de Batiellas, en la ribera del río, mientras un soldado grandullón de la COE lo paseaba con su arnés y la cadena, parece ser que Tempranillo quería ir en una dirección (hacia unas zarzas) y el soldado en otra. Arrancó el jabalí hacia las zarzas y el soldado se fue al suelo, sin soltar la cadena y arrastrado en dirección a las temidas malezas que Tempranillo pasó sin dificultad, pero no así nuestro soldado que se vio introducido en las mismas, donde afortunadamente pudo soltar la cadena que lo tenía unido al animal.

Docenas de pinchos le tuvieron que sacar a nuestro paseante. Rápidamente los soldados de la COE formaron círculo para capturar a nuestra mascota, pero resultó una misión imposible. Por fin, se me ocurrió una idea, que estuvieran todos quietos y a continuación a la llamada de ¡¡ Pra…Pra …!!  y mostrándole un danone que había por el suelo… nuestra mascota, vino como un perrillo a zamparse su premio y de este modo se pudo coger de la cadena.

Pero esta no fue la única vez que se escapó. Intentaba desertar cuando lo llevábamos al campo de salida. Rompía la cadena y se escapaba, como en La Selva de Oza, en la fase de supervivencia, que se nos largó dos o tres días. Ya lo dábamos por perdido. Pero al tercer día, apareció donde anteriormente lo teníamos atado con su comida. Parece ser que le gustaba más nuestra compañía que la de sus congéneres.

También era muy cabezota a la hora de pasar por un puente. Se negaba a cruzarlo y había que emplearse con contundencia para lograrlo. Tampoco le gustaba mucho el que lo paseáramos en Jeep o en camión. No había forma de convencerlo para subir. Se necesitaban varios guerrilleros con cuerdas, grandes esfuerzos y con cuidado, porque se cabreaba de verdad. Una vez embarcado se le veían los ojos inyectados en sangre, lo que hasta entonces solo había leído, pero no pensaba que pudiera ocurrir con nuestro jabalí. Además, con toda la columna y la cara erizadas. La verdad es que daba miedo.

Sin embargo, le podías dar de comer en la mano y la cogía con una delicadeza increíble. Recuerdo que el Día de Las Fuerzas Armadas nos lo llevamos a La Ciudadela, en la que pusimos una pequeña exposición. La atracción era nuestro Tempranillo, que comía de la mano de niños que se acercaban, con cierta precaución, sobre todo, de los padres, para tocarle y darle de comer un trozo de manzana. En esos momentos se portaba como un simpático perrillo.

Bueno, no quiero ni debo extenderme más, seguramente vosotros podréis aderezar con más anécdotas de nuestra querida mascota ¡¡ Pra … !!

Un fuerte abrazo guerrillero

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