Miguel Ferrer Soria.
Teniente. Antiguo Sargento de la COE 51
La vida militar, por su peculiaridad, da lugar a muchas anécdotas. Cuanto más una COE que, por sus características y distintas actividades, da pie a muchas incidencias y acontecimientos dignos de recordar. Mi primer destino al salir de sargento fue la COE 51 de Zaragoza, donde permanecí siete años y presencié y hasta fui responsable de algunas anécdotas como las que narro a continuación.
¡¡¡Alarma, alarma…!!!
Pongo en antecedentes al lector. Durante la realización del XXIV Curso de Operaciones Especiales, allá por la primavera del año 80, durante el ejercicio de guerrillas que se realiza casi a fin de curso, la Escuela recibió la visita del diputado del PSOE D. Enrique Múgica Garmendia. A los alumnos se nos sacó del ejercicio para hacer una exhibición que consistió en un “pasillo de fuego” en el campo de tiro de Batiellas. Durante la realización del ejercicio sufrí un traumatismo auditivo al que de momento no di importancia pero que me ocasionó una pérdida de audición. Y de ahí viene la anécdota que paso a narrar.
Corría el mes de mayo del año 1981 y realizábamos las maniobras de la BRIDOT V “Fuentes Claras” en la provincia de Soria. Era un ejercicio de guerrillas, siendo la COE 52 de Barbastro la que hacía de guerrilleros y la COE 51 de contraguerrilleros. Teníamos nuestro campamento en las afueras del pueblo de Gallinero, donde se encontraba el general de la división Raposo con su C.G. A veces nos tocaba escoltar al general en sus desplazamientos.
Todas las mañanas, nuestro cocinero, el soldado Rivalta, se levantaba antes que el resto de la compañía para calentar la leche del desayuno. Nuestro brigada, Pedro Giménez Serapio, sabía que el cocinero estaba en marcha por el sonido de los quemadores de butano de nuestra cocina Arpa. Como quiera que fuese, una mañana no sonaba el quemador y el brigada, ante la ausencia de ruido, dio en llamar a nuestro cocinero alzando la voz en el silencio de la madrugada, con el fin de despertarlo si se había dormido. ¡¡¡Rivalta, Rivalta…!!!
Desconozco si logró su propósito. Lo que sí hizo fue captar mi atención que, ante sus voces y debido a mi “magnífica audición”, empecé a gritar: ¡¡¡Alarma, alarma…!!! a la vez que salía de mi tienda Aneto en pijama y con las botas sin abrochar. En segundos el campamento era un ir y venir de mandos y tropa, con las más diversas uniformidades, en dirección a sus puestos para la defensa perimétrica del campamento.
Pasado un tiempo, no recuerdo cuánto, pero intuyo que más bien poco, oí la voz del que por entonces era nuestro capitán, Pablo Perera Casado ¡¡¡Ferrer, Ferrer…!!! ¿Qué pasa, por qué has gritado alarma? A lo que respondí sin dudar, “el brigada era el que lo gritaba, mi capitán”. Ni que decir tiene que no recibí muchas felicitaciones ese día y que, a partir de entonces, mi nivel auditivo se convirtió en motivo de guasa.
Cuantas veces me he encontrado posteriormente con el que entonces fue mi brigada, y sin importarle a él en qué circunstancias se haya producido el encuentro ni las personas que estaban alrededor, ha contado esta anécdota a cuantos han querido escucharle.
Los «gamusinos»
Otra anécdota que refleja la confianza ciega en el mando y la ingenuidad de las personas ocurrió durante una supervivencia. Durante unos años hicimos la supervivencia en el valle de Vallivierna, subsidiario del valle de Benasque, un poco antes de llegar al refugio de Coronas. El único miembro de la unidad que no hacía la supervivencia, además de los mandos, era el soldado médico. Si no recuerdo mal, por aquel entonces era Arce, cuyo segundo apellido era alemán e impronunciable, pero eso no importa mucho. Era un muchacho muy inteligente y de seguro que es un gran médico. Y, además, era una excelente persona y un tanto inocente, incapaz de pensar que un mando le pudiera engañar.
El hecho es que una noche, durante la cena, el capitán Jesús Palacios Lacalle le habló de los «gamusinos». Unos pájaros de hábitos nocturnos que acudían al sonido metálico rítmico y repetitivo. Le proveyó de un plato sartén y una cuchara y lo mandó entre la arboleda con la promesa de que, si era tenaz, acabaría viendo a una de esas enigmáticas aves que eran muy difíciles de encontrar. Pasó la sobremesa, la inspección al campamento de refugios de circunstancias y nos metimos en el saco de dormir. Y allí seguía Arce dale que te pego al plato sartén de forma rítmica. Al rato, el capitán lo mandó a la cama. Fue al día siguiente cuando le explicó la broma y de seguro que no la ha olvidado.
He de decir a favor de Arce, que un día que estábamos en la fase de nieve, el teniente Francisco Arribas Mir y yo, subíamos en la que hoy se llama telesilla del Aneto en el Ampriu (Cerler), cuando un señor nos llamó porque se había hecho daño bajando por una pista negra. El teniente y yo bajamos a socorrerlo y lo llevamos a la caseta del telesilla donde se presentó nuestro médico Arce. Al esquiador (que por cierto era reportero de una revista de esquiar) se le había salido el hombro. Arce, sin dudarlo, lo sentó de lado en una silla con el hombro por encima del respaldo y con un movimiento certero le colocó el hombro en su sitio. Ni hospital, ni medios específicos ni nada. Solo su habilidad y sus conocimientos. He de decir que dejó huella en todos los mandos, así como de seguro en el esquiador que se fue por su propio pie y muy agradecido.
Por cierto, no recuerdo bien si fue en esa supervivencia o en otra, pero sí que fue en el mismo lugar. Un día antes de finalizarla, cayó una gran tormenta de agua que produjo un desprendimiento valle abajo y cortó la pista de tierra que comunica Vallivierna con los llanos de Senarta. La cuestión es que la supervivencia se prolongó dos días más (esta vez para todos), hasta que las máquinas de obras públicas reabrieron la pista.
El Willy anfibio del capitán
El día 04 de agosto de 1980 el sargento Juan López Quesada y yo nos presentamos en la COE 51 y el día 11 del mismo salíamos a la fase de agua que se realizó en el embalse de Mequinenza. Entonces disponíamos de dos vehículos ligeros Viasa CJ6, el famoso Willy. El conductor del capitán, por aquel entonces Pablo Perera Casado, era el soldado Barrachina. Lo recuerdo muy bien porque se teñía el pelo con agua oxigenada y tenía todo el día puesta la canción Rapper’s Delight, el Asereje original.
Durante aquellas mis primeras maniobras, se decidió colocar al Willy del capitán unos bidones de 200 litros vacíos atados a las ruedas a modo de flotador e introducir el vehículo en el pantano para ver si no se hundía. Barrachina arrancó y metió el vehículo en el agua, no antes de que lo sujetásemos con dos cuerdas de escalada, por si ……
El vehículo, por efecto de la corriente se fue alejando un poco de la orilla. Barrachina nos iba narrando la situación: “Mi capitán, el agua está entrando en el vehículo. ¡Mi capitán, el agua me cubre el pie! ¡Mi capitán, el agua me empieza a llegar por encima de las botas!!!” Barrachina acabó encima del capó del Willy y todos tirando del vehículo para sacarlo del agua.
De lo que nos enteramos más tarde es de que aquella hazaña quedó inmortalizada en un calendario de la Caja de Ahorros de la Inmaculada. A la vez que hacíamos la actividad, una avioneta sacaba una fotografía del castillo de Mequinenza con el pantano de fondo y nuestro querido Willy en el agua.
Operación «Alazán» accidentada
Creo que fuimos la primera unidad en desplegarse en la operación «Alazán»” (impermeabilización de fronteras). Salimos la madrugada del 25 de marzo del 81 en dirección Elizondo y vivaqueamos en distintos lugares. Recuerdo que el Regimiento de Artillería de Campaña (RACA) 20 nos agregó unos cuantos Willys con sus correspondientes conductores para realizar patrullas. Con uno de esos Willys, bajando el puerto de Otxondo en dirección Dantxarinea nos salimos de la carretera y dimos cuatro vueltas de campana. En el accidente, solo el conductor, que era del RACA 20 salió malparado y, si mal no recuerdo, lo evacuaron a Pamplona. Los cuatro guerrilleros que me acompañaban y yo mismo, solo con contusiones y uno, que quedó debajo del Willy, con un corte en la ceja.
Otro incidente lo provocó una fuerte tormenta con mucho viento. Ocurrió una noche en uno de los campamentos, el que instalamos en el monte Gorramendi. Estábamos cenando y la tienda parque empezó a venirse abajo. Había salchichas frescas con cebolla para comer de segundo y el soldado las dejó en una pequeña mesa para echarnos una mano a sujetar los tres mástiles mientras otros tensaban los vientos. El perro del capitán, que se llamaba Kazán, pensó: “Esta es la mía” y se lanzó sobre las salchichas. No valieron los gritos del capitán ni los aspavientos que realizamos todos. Esa noche el perro cenó muy bien y nosotros no tanto.
Una explosión de estiércol
En el año 1984, allá por el mes de noviembre, salimos a realizar ejercicios de combate en población en el valle del río Ara, instalándonos en el viejo cuartel, ya abandonado, de Boltaña. Recorríamos todos los pueblos abandonados que había en el valle, que eran muchos debido al proyecto de construcción del pantano de Janovas. Hacíamos tiro con lanzagranadas, ametralladoras MG-42 y todo tipo de armas de las que disponíamos. Colocábamos siluetas en las ventanas y puertas de las casas y, a veces, incluso dentro de las mismas y hacíamos ejercicios de limpieza de viviendas.
No diré el nombre del pueblo porque no lo recuerdo, pero uno de los días que hacíamos limpieza de viviendas, nos apostamos junto a la puerta de una bajera que, como en todas las casas de campo, se usaba de corral. Lanzamos una granada de mano dentro del mismo y en cuanto explosionó, nos introdujimos en su interior sin pensar mucho. Efectivamente, en tiempos había sido un corral con ganado, pues la nube de estiércol que se levantó como consecuencia de la explosión y en la que nos vimos envueltos, fue considerable. Salimos a escape del corral con estiércol hasta en los ojos. No recuerdo haber olido peor en mi vida, aparte de lo que nos debimos tragar.
Fueron unos años inolvidable y ricos en vivencias. Desde aquí quiero mandar un abrazo a mis superiores, compañeros y a todos aquellos que estuvieron bajo mis órdenes.