Algunas anécdotas de la COE 92

Teniente Francisco Moreno Lara

Antiguo Sargento de la COE 92

Permanente en el recuerdo

En la vida veces ocurre que, cuanto más numerosos y profundos son los recuerdos, más difícil resulta escoger cuáles de ellos formarían parte de un breve anecdotario que refleje la intensidad con la que en su momento, aquellos se vivieron. Pues bien, yo me encuentro hoy en esa tesitura.

Hace ya algunos días que el general Vicente Bataller me pidió que escribiera sobre las vivencias o anécdotas acaecidas en los años que estuve destinado en la COE 92. El fortunio de vivir en Alhaurín de la Torre (Málaga) ha permitido mantener el contacto con muchos de los voluntarios que sirvieron en la COE 92 durante el período que estuve destinado en ella. Creo, sinceramente, que soy muy afortunado por poder contar después de tantos años, más de cuarenta, con la amistad de muchos de ellos, aunque sea telefónicamente por la distancia, pero no menos queridos y apreciados por ello.

Después de muchos años de mili, como dirían ellos, tras muchas experiencias vividas en distintos destinos y sin que pueda parecer menosprecio al resto de compañeros de milicia, he de decir que, sin lugar a duda, lo mejor de mi etapa en activo fue conocer a los mandos, compañeros y tropa de la COE 92 y compartir con ello unos momentos inolvidables. Permítanme que cuando hable de ellos lo haga haciendo referencia a su antiguo empleo, porque es como los siento más cercanos.

Mi historia, en principio, puede ser muy parecida a la de cualquier militar. Ingresé en el Ejército el 7 de octubre de 1976, a los 17 años, como voluntario al terminar en junio el COU y selectividad de la época, con toda la ilusión del que quiere ser militar, mi única vocación.

En diciembre de ese año atravesaba, por primera vez como soldado, la barrera del campamento Comandante Benítez en Málaga, tras finalizar el periodo de instrucción en Viator. Cuatro años más tarde, en agosto de 1980, el día 4, volvía para efectuar mi presentación como sargento de la COE 92. Mi periodo como sargento en prácticas en la COE 91 de Granada, de septiembre a mediados de marzo, fue decisivo para que, llegado el momento de solicitud de vacante, mi prioridad fuera cualquier COE en cualquier provincia de España.

Tras la petición de vacantes por parte de mi promoción, supe que iba destinado a la COE 92 (Ronda). La sorpresa vendría días después, a la hora de efectuar la presentación en la unidad, cuando me indicaron que la citada COE había sido trasladada a Málaga, al campamento Comandante Benítez. Allí estaban mis nuevos mandos y compañeros: capitán Alonso, con el que compartí un corto período, pero del que guardo un grato recuerdo como mando y persona, teniente Cayuela, teniente Espiñeira, brigada Caro y mis “sosios” -como cariñosamente nos llamábamos- sargento 1º Ríos, sargento Pineda y sargento Romero, Después, con el devenir de la milicia, llegarían el capitán San Román, que como dirían los toreros, siempre echó un capote al ímpetu de este joven sargento, así como el sargento García como especialista en armamento, teniente Maldonado y sargento Portillo. Ni que decir tiene, que los mejores años de mi vida militar los pasé con ellos. Con ellos y, con los cientos de jóvenes, que un día tuvieron el propósito de servir a España en nuestra COE y que, con abnegación, sacrificio y entrega, mantuvieron ese espíritu de unidad “guerrillera”, siempre dispuestos a obedecer y seguirnos.

Prueba de esa unión, entre mandos y tropa, la protagonizaron los guerrilleros del reemplazo que, en el año 2006, cumplían 25 años de su licenciamiento. Cuando no existían redes sociales ni internet, el veterano cabo Mario Goujat Pardo se marcó como objetivo contactar con todos los compañeros de su reemplazo con el propósito de volverlos a reunir en Málaga. Fueron meses de continuas llamadas apoyándose en las antiguas guías telefónicas y en las páginas amarillas. La perseverancia de Mario y la acogida por parte del resto hizo posible que el día 20 de mayo de 2006 se celebrase una emotiva cena aniversario del reemplazo de 1981.

A la caída de la tarde en los salones del restaurante Subset Beach de Benalmádena Costa, nos volvimos a reencontrar mandos, tropa y familiares. No creo equivocarme, si les digo, que fue tremendamente emotivo para todos. Se vivió una velada llena de nostalgia, compañerismo y cariño. Esta fue el preludio de otras que vendrían y que ha servido para recuperar el contacto con ellos. Es ese espíritu de unión el que ha hecho posible la creación de las Asociaciones de Veteranos Boinas Verdes en distintas provincias de España.

En las diferentes reuniones, comidas o encuentros, que desde esa fecha he mantenido con ellos, siempre hablamos, como no podría ser de otra manera, de las anécdotas e historias vividas por los distintos reemplazos, de forma colectiva o individual. De estas, hay algunas que siempre salen a relucir y que están en la memoria colectiva de los que la vivieron. Algunas de ellas son las que os paso a relatar.

Las tardes de defensa personal

Siempre he creído que la defensa personal debe ser parte imprescindible de la instrucción en las fuerzas armadas. Si a esto unimos que empecé a practicar taekwondo con 15 años y que, en la actualidad, con unos pocos años más – 64 años – sigo practicando y enseñando los conocimientos que durante años he adquirido, comprenderéis que esas tardes eran para mí muy especiales.

Con la llegada del capitán San Román, la defensa personal, mientras estábamos en el acuartelamiento, se realizaba diariamente. Las tardes de lunes a jueves eran dedicadas a esta disciplina. Después del rancho, el cabo de cuartel se encargaba de montar el tatami en la explanada de la compañía y por él pasaban las dos secciones que teníamos, en sesiones de una hora u hora y cuarto cada una.

Siempre teníamos la suerte de contar en los reemplazos con algún practicante de karate, taekwondo o judo. En mi recuerdo están Gómez Escribano, Beltrán Gilabert, Jara, Martín Gil…. y otros muchos. Con uno de ellos, Mario Goujat Pardo, desde mi pase a la reserva en el 2014 y afincamiento en Málaga, sigo manteniendo el contacto y entrenamientos de forma periódica, hasta el punto de que he sido su UKE en los exámenes de grados de Dan de la RFEK y él, el mío, habiendo participado ambos, en las exhibiciones de la Comandancia General de Melilla en las Galas de las Artes Marciales de Málaga.

En 1981, le propuse al capitán San Román el comprar protecciones para poder llevar las prácticas de combate con algo más de seguridad. En el año 1974, el maestro coreano John Ree, afincado en Estados Unidos, había diseñado un tipo de ellas para la práctica del Full contact. En esa época, no había muchos lugares donde poder adquirirlas, siendo el cabo Miguel Gómez Escribano, el encargado de pedir presupuesto en Madrid y una vez aprobado obtener los equipos que incluían: casco, peto, guantillas espinilleras y protector de pie. Posiblemente fuéramos la primera COE que contaba con ese tipo de material.

Esto supuso un cambio en la enseñanza pues, además de los conocimientos en defensa personal, se añadió la práctica de técnicas de golpes de puño y pie de karate y los combates libres al finalizar las sesiones.

Los combates, controlados hasta cierto punto, sirvieron para que algún padre recibiera más de un golpe de su recluta. Llegaron hacerse de uno o dos contra varios oponentes (1 contra 2 o 3 y 2 contra 5 o 6). En estos, siempre solía participar de apoyo a los que estaban en inferioridad numérica, así daba la oportunidad de que se desahogaran con el sargento.

Años después, cuando sale este tema en conversación, llego a la conclusión, de que tuve que pegar o lesionar a la mayoría de mis “guerris”, aunque juro que yo no recuerdo tan elevado número, pero, si los afectados lo dicen, estarán en lo cierto.

Golpe de mano con infiltración en un tren

En octubre del 1981 tuvimos unas guerrillas en la provincia de Almería. Os voy a relatar cómo vivió la sección del teniente Espiñeira, de la que formaba parte, una operación de golpe de mano durante el desarrollo de estas.

En esos ejercicios, teníamos como objetivo un puente de ferrocarril de elevada altura y longitud que atravesaba una gran rambla. Se iniciaba el puente nada más salir de un largo túnel y finalizaba en una estación ferroviaria. Ese puente se encontraba custodiado por una compañía, cuyo vivac se ubicaba en la rambla, con centinelas y patrullas que recorrían y daban seguridad a los pilares del puente. Contaba además con un pequeño destacamento ubicado en la estación ferroviaria, que daba seguridad a las vías del puente e impedía el ataque desde la ladera de la rambla al vivac de la unidad.

El tamaño de los pilares del puente, la amplitud de la rambla y la falta de obstáculos naturales que permitieran el acercamiento, hacía inviable su destrucción como tal. Se planteó, como objetivo factible, efectuar la destrucción de tramos de la vía férrea, que imposibilitara el tráfico ferroviario y el abastecimiento a través de este.

El teniente destacó, creo recordar, un par de binomios que serían los encargados de obtener información sobre los relevos y despliegue del destacamento que lo custodiaba. Estos atravesaron el largo túnel, hasta ubicarse en la boca de salida y desde su interior obtener la información sobre el despliegue de seguridad del enemigo.

La casualidad hizo, que, en uno de los recorridos por la zona, siguiendo la vía férrea, fuéramos a dar con un apeadero y con su jefe de estación que nos informó sobre el tráfico ferroviario que había, en su mayoría trenes de mercancías que no paraban, a excepción del tren de pasajeros que hacía el trayecto de Madrid a Almería, que pasaba a la caída de la noche y que solo se detenía allí si tenía pasajeros que bajar o subir, con parada obligatoria en la estación de nuestro objetivo. Desde ese momento se tenía claro el día, la hora y el medio para realizar el golpe de mano y los pasajeros que subirían: los del equipo de asalto.

Se planteó la operación en dos equipos. El equipo de destrucción sería el encargado de colocar la simulación de los explosivos en el puente. Este se trasladaría al túnel el día del golpe y permanecería oculto en su interior hasta la llegada del tren. Sabíamos por el jefe de estación, que el tren desde su entrada en el túnel iba más lento, a velocidad de parada en estación cuando comenzara el puente, pues había vagones que durante la detención ocupaban el mismo. Se aprovecharía esta circunstancia para que el equipo marchara por el puente, a la par del tren, hasta el lugar de colocación de los explosivos.

El día, el equipo de asalto se trasladó al apeadero, donde pagamos nuestros billetes de pasajeros y esperamos la llegada del tren Madrid- Almería. Mientras tanto recabábamos información del jefe de estación sobre el número de vagones que quedaban dentro de la estación de parada, para distribuir el personal en estos.

Llegó el tren y la sorpresa del personal que viajaba en los vagones era de incredulidad al ver que habían subido militares con las caras pintadas y armamento, ubicándose agachados en los extremos de los vagones. Hubo que tranquilizar a la gente diciéndole que era un ejercicio de guerrillas y que en la próxima nos apeábamos.

Cuando comenzamos la entrada del túnel, todos estábamos preparados en cada puerta para nada más parar abrirlas y abandonar el tren rápidamente, unos con la misión de anular el destacamento de la estación y otros a tomar posiciones en la ladera de la rambla para hostigar al vivac y a la posible fuerza de reacción, en caso de que se produjera la alarma.

Cuando el tren iniciaba el puente, pude comprobar por las ventanillas del lateral contrario a las puertas de salida, que el equipo de destrucción marchaba por el arcén a tomar sus posiciones. Ya solo restaba esperar a que el tren parara. Mientras tanto los pasajeros se apresuraban a asomarse por las ventanillas para ver qué sucedería.

Por fin, se detuvo y las puertas se abrieron para abandonar en oleada el tren y tomar la estación y las posiciones fijadas. Recuerdo que cuando abrí la puerta, había un soldado mirando al personal que abarrotaba las ventanillas, ese fue el primero que recibió el encontronazo conmigo. Como era de esperar no supo reaccionar y los que me seguían se encargaron de reducirlo. Habíamos ocupado la estación y la seguridad del vivac no se había percatado de lo ocurrido. El tren inició la marcha, la simulación de explosivos había sido colocada y, a la orden, se rompió el fuego de hostigamiento contra el vivac al clásico grito de ¡guerrilleros!, para replegarnos acto seguido al punto de reunión.

Reemplazos después se seguía hablando de este ejercicio por la peculiaridad en su desarrollo y posiblemente los viajeros del tren de Madrid- Almería que lo vivieron, no lo hayan olvidado.

Auxilio a una joven violada y deshidratada

La ubicación del campamento Benítez cerca de la playa había posibilitado que la instrucción de abandono y recogida con vehículo en marcha, hasta entonces, se hiciera en un sitio donde el riesgo de lesiones fuera algo menor.

El teniente Cayuela, mi jefe de sección en esa época, decidió realizar esta instrucción en una carretera poco transitada que, partiendo desde el campo de fútbol de Torremolinos, iba de manera ascendente, con una pendiente muy pronunciada, hasta finalizar en una cantera.

Llegados al lugar señalado, se planteó el ejercicio como respuesta a una emboscada, que se simularía por personal con fogueo    sin conocerse su ubicación. Abandonarían el camión durante la subida para ser recogidos en la bajada. Una de las veces, cuando iba en la caja del camión, escuché un grito o chillido que traté de adivinar de dónde provenía sin lograrlo. En las siguientes prácticas seguía escuchando los gritos, lo que me llevó a comentárselo al teniente. Recuerdo que cuando él lo localizó, prácticamente en la cresta del monte, me comentó que sería alguien buscando espárragos.

En los siguientes recorridos estuve pendiente de esta anomalía e incluso le respondí a sus gritos con voces y chiflidos. Cuando presté atención me resultó extraña la forma inclinada de desplazarse. Empezó a rondar en mi cabeza que posiblemente estaba en dificultades. El teniente Cayuela me dio permiso para que subiera a ver qué pasaba y así me quedara tranquilo.

Al ascender por la ladera y conforme subía tenía cada vez más claro que la situación no era normal. Mientras me iba acercando, a voces le preguntaba quién era, qué ocurría y solo respondía con algún grito. Conforme su silueta se perfilaba más clara, detectaba que permanecía encorvada, dándome la espalda y apoyada con las manos en el suelo. Hubo un momento que desenfundé el revolver, por si la práctica de emboscada se transformaba en una realidad. El peor de los temores que habían pasado por mi cabeza antes de iniciar la subida, se hacía realidad, era una mujer violada. Estaba semi desnuda, con las piernas ensangrentadas, descalza, los jirones de ropa que cubrían su torso dejaban ver su espalda con varios cortes profundos que cubrían de un costado a otro la espalda, abiertos y la carne entre ellos seca, como de haber permanecido allí al sol varios días.

Conforme me acercaba intentaba tranquilizarla diciéndole que era amigo y que estaba a salvo. Ella, sin modificar su postura, me observaba por debajo de su axila con ojos de terror y desencajados. Cuando estuve a su lado comprobé que era una chica joven y extranjera, que debía llevar varios días en ese estado por la deshidratación que presentaba. Sus labios estaban cortados de sequedad y al no llevar zapatos, sus pies presentaban múltiples heridas por las características del terreno.

Rápidamente, a voces avisé que subieran dos guerrilleros con agua, traje tormenta y zapatillas, equipo que siempre llevaban en la mochila de combate, para vestirla y que me ayudarán a bajarla. Cuando llegaron con el material le dimos agua, para que hidratara un poco sus labios y boca, le puse las zapatillas y el traje con mucho cuidado y esfuerzos por el daño en las heridas. En la bajada, apenas podía mantenerse, por lo que tuvimos que transportarla entre dos.

La llevé al puesto de socorro de Torremolinos. Entre el conductor y yo la introdujimos en el dispensario. Su estado era grave por una deshidratación extrema por lo que se preparó una ambulancia para su traslado al Hospital Civil de Málaga. El conductor dijo que no podía trasladarla solo en el estado que estaba, pues no iba a correr el riesgo de que se tirara durante el camino pues sus gritos eran continuos. Como la situación era de urgencia me ofrecí a acompañarle. En su traslado comprobé que los temores del sanitario no estaban muy desencaminados, pues a duras penas permanecía tumbada en la camilla y los gritos de dolor eran continuos.

Han pasado 40 años, y la imagen de su cara desencajada con la mirada de terror, mirando bajo su axila, la recuerdo claramente como si fuese ayer. Si el teniente no hubiese tenido la idea de realizar la instrucción en esa carretera, no la hubiéramos encontrado y posiblemente no hubiera sobrevivido un día más.

La primera marcha del nuevo reemplazo

En julio de 1983 la compañía tenía la fase de agua en Las Negras (Almería), donde se encontraba la sección de veteranos, convertidos a este rango tras licencia, unos días antes, de la otra sección. De este modo, cuando se incorporase el nuevo llamamiento al campamento Benítez lo haría sin la presión de sus “padres”. Al objeto de recibir a los nuevos guerrilleros, los mandos de la sección del teniente Cayuela dejamos las prácticas de agua y nos trasladamos a Málaga para abrir nuevamente la compañía y dedicarnos a preparar los equipos que se le entregarían a su llegada.

Presentados, filiados y equipados del material individual, se programó para el día siguiente una marcha con mochila Altus y armamento que, partiendo de la zona de Alhaurín de la Torre, atravesaría la sierra, pasando por el vértice Castillejos hasta caer sobre Arroyo de la Miel y desde ahí al acuartelamiento. La sección se dividió en tres patrullas que, de distintos puntos de salida, acabarían reuniéndose en el repetidor de Arroyo de la Miel para continuar el recorrido juntos hasta el acuartelamiento. En la actualidad un teleférico que parte de este arroyo sube hasta el repetidor por sus magníficas vistas de toda la costa malagueña.

Los veranos en Málaga, desde siempre, son muy calurosos y aquel día no sería una excepción. El inicio del recorrido transcurría por un camino forestal, Jarapalos, que entre árboles discurre en una ascensión continua. No llevaríamos ni media hora, cuando me percaté de que el uso de la cantimplora empezaba aparecer de forma continuada y les advertí que no usaran alegremente de esta, porque quedaba mucho recorrido y no existían lugares donde abastecernos de agua.

Iniciamos el ascenso, aprovechando las sendas que nos permitieran progresar más cómoda y rápidamente por aquel terreno de piedras sueltas y grandes pendientes. Durante este trayecto las esperas a los rezagados eran continuas, con el problema que, desde el inicio, temía. No serían ni las doce, cuando parte del grupo, no contaba con una gota de agua en sus cantimploras y el agotamiento por el esfuerzo y calor eran patentes. La desmoralización en el ánimo de algunos se hizo palpable, pues el objetivo a alcanzar no aparecía a la vista y la falta de agua y cansancio hizo su mella. Los pequeños descansos en el ascenso se aprovechaban para repartir el agua, de los que la teníamos, entre aquellos que mostraban más síntomas de necesidad.

Recuerdo, que en una de las ansiadas paradas, momentos antes de reanudar la marcha, alguno decía que no podía seguir, que eso no era normal, que a dónde se había metido. Las respuestas a las preguntas de desesperación, permítanme que no las cuente, pero años después forman parte del anecdotario de los que la vivieron y motivos de risas, aunque comprendo que en aquellos momentos fueran momentos de preocupación.

Por fin, apareció el anhelado repetidor y la perspectiva de la ansiada agua vino a elevar la moral y las ganas por alcanzarlo, aunque aún quedara un buen trayecto por recorrer. A la llegada, el personal civil que se encargaba del repetidor nos ofreció, de entrada, el caldo y la sandía que tenían, que les supo a gloria a los nuevos guerrilleros. Luego tuvieron la gentileza de bajar con el vehículo que tenían para traernos la deseada agua.

Reunidas las tres patrullas y repuestas las fuerzas y los ánimos, el teniente Cayuela ordenó el inicio de la marcha ladera abajo en dirección a Arroyo de la Miel y luego por carretera hasta el acuartelamiento. La perspectiva de la finalización de la marcha y el anhelado descanso hizo que las ampollas y rozaduras se llevaran de distinta manera que en la ida.

Al día siguiente, cuando formó la compañía para ir al desayuno, que siempre teníamos costumbre de hacer la asistencia a las comidas a paso ligero, opté por hacerlo andando ya que las ampollas y rozaduras imposibilitaban que pudieran caminar correctamente. En los siguientes días las zapatillas de deportes tuvieron que ser el calzado habitual por el mismo motivo.

Sin lugar a duda fue un “bautismo de fuego” que les puso en contacto con la realidad de lo que era la COE y el inicio de lo que aún les quedaba por vivir en esta unidad.

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