Comandante Agustín Miralles Rodríguez, antiguo sargento de la COE 31.
Teniente José Luís Morejón
A las 10 de la mañana del jueves 13 de agosto de 1981 una sección de la COE 31, al mando del teniente José Luis Morejón Verdú, realizaba un ejercicio de recorrido en superficie con aletas. La sección estaba dividida en tres equipos; el de nadadores de superficie, al mando del teniente; el de buceo, a cargo del sargento 1º Miralles y el de “patos” (menor nivel), con el sargento Balaguer. Ese día los dos primeros equipos se unieron para realizar el primer recorrido largo con aletas, desde Cabo Roig a la playa de Campoamor y regreso. El recorrido se hacía por binomios. En vanguardia los cabos primeros, Bru y Victoria, marcando ritmo a tope. Les seguían en dos filas veintidós guerrilleros. A retaguardia, el teniente Morejón y el sargento primero Miralles.
El grupo iba perfectamente señalizado con dos boyas, una a vanguardia y otra a retaguardia. Al llegar a la playa de Campoamor se levantó viento de Levante y la mar empezó a ponerse movida. Por tal motivo se dio la vuelta e inició el regreso. Debido al oleaje hubo que alejarse unos 150 m de la costa para evitar que las olas empujaran a los guerrilleros hacia las rocas. El teniente y yo nos colocamos en el centro y costado de la formación para un mayor control, para evitar que algún guerrillero se separase del grupo debido a la mala mar.
En un momento dado, nada más girar por la Punta de la Galeta, a unos 500 m, oímos, el teniente y yo, el ruido de una motora. Pensamos que era el capitán; la sorpresa fue que vimos venir una lancha rápida hacia el centro de la formación, sin tripulante y con el motor acelerado a fondo. Luego me enteré que la chica que la manejaba se había caído al agua y no se había atado a la muñeca el dispositivo de paro automático. El teniente y yo nadamos hacia ella e intentamos subirnos para pararla, pero no lo conseguimos, nos resbalábamos por estar nosotros mojados y la lancha ser de fibra.
La desviamos y empezó a dar vueltas cerradas de un lado a otro sin control, acercándose a los equipos. Se ordenó a los guerrilleros que se apartaran y se dirigieran a la costa para salir del agua, aunque era muy difícil por las rocas y lo escarpado de ese lugar. Mientras tanto, el teniente Morejón la abordó por el lado derecho y yo piqué y me metí en el centro del círculo. En un momento dado, una ola levantó la embarcación y al caer el motor cogió debajo al teniente Morejón y el oficial desapareció. Eran las 12:15 h del día 13.
Contemplamos como salía un agua espumosa rojiza de la parte trasera de la lancha, y todos nos dimos cuenta de lo peor. Di órdenes concisas y rápidas. Una de ellas fue mandar a dos guerrilleros a la playa de Campoamor para que salieran los bañistas del agua y a otros dos para avisar al capitán y traer un fusil para disparar a la embarcación. Sacamos a todo el grupo del agua a través de un pequeño acantilado. Antes de la llegada del capitán desde el agua pedí auxilio a una embarcación de recreo y desde ella intenté abordar la lancha. El patrón tenía miedo de acercarse mucho pues temía que la lancha se subiera a la embarcación.
Acudió el capitán con la pequeña zódiac e intenté desde nuestra embarcación subir a la lancha rápida. Fue imposible. Caí varias veces al agua con el riesgo de ser golpeado por la misma. En uno de esos intentos la lancha emprendió camino hacia la playa de Campoamor y varó en la playa. Recuerdo que cuando fuimos, observamos que en las palas de la hélice había… cabellos incrustados. El mar se enfureció por lo que pasó y se volvió turbio y picado en cuestión de minutos.
No localizamos su cuerpo. No pudimos encontrarlo en toda la tarde. Agoté el aire de todas las botellas y cuando me sumergía lo hacía atado con una cuerda para no golpearme con las rocas. Esa tarde se licenciaba la mitad de la unidad, pero nadie quiso hacerlo. Esa tarde-noche acudieron buceadores del Centro de Buceo de la Armada (CBA) de Cartagena.
A la mañana siguiente, a las 06:00 h y con el agua en calma, se reinició la búsqueda. Se pusieron unas balizas y tendieron filiares. El CBA comenzó por un lateral de la filier y cuatro buceadores de la COE 31 por el otro. A la primera pasada
fue localizado el cuerpo sin vida del teniente por el CBA a unos 5 m de profundidad. Presentaba un corte que le abrió por completo la cabeza y dos cortes de gran profundidad en el costado izquierdo. Su cuerpo lo sacamos a la playa de Campoamor, donde se encontraba varada la embarcación. Esperamos que llegara el juez, el secretario y el médico forense. Cuando subíamos su cadáver en la camilla desde la playa a la carretera, llegó el coronel Morejón, padre de nuestro teniente, y nos ordenó destaparlo y, con el aplomo de un viejo soldado, besó a su hijo y dijo: “Que orgulloso estoy de ti, hijo mío”. Lo recuerdo como una fotografía que permanecerá grabada el resto de mi vida.
El restaurante y la discoteca cerraron las puertas y toda la urbanización donde se encuentra enclavado nuestro cuartel de buceo estaba en respetuoso silencio y así estuvieron durante tres días. Me quedé al mando de la unidad con un pelotón, mientras el resto se trasladaba a Alicante a enterrar a nuestro teniente. Las noches nos las pasamos solos. Nuestra vigilancia era acompañaba por muchísimos veraneantes y residentes de la urbanización.
Se instaló una capilla ardiente en el cuartel del Regimiento San Fernando 11, sede de la COE 31. Fue enterrado en el cementerio de Alicante donde cada año, el día de Todos los Santos, los guerrilleros de la COE 31 y luego del GOE III le llevaban unas flores y le rezaban una oración.
Tras las honras fúnebres, la unidad regresó a su entrenamiento diario. Y lo primero que se hizo fue repetir el ejercicio trágicamente interrumpido… y se hizo de noche. Somos lo que somos, no lo podemos olvidar.
Han pasado cuarenta años y no se me olvida. Tengo en mi cabeza un vídeo que no se me borra y estoy seguro de que me lo llevaré a la otra vida. Claro está que nuestros guerrilleros cumplieron con todo lo que ordené rápidamente. Cuando los miraba veía en sus rostros la pena de haber perdido a un compañero. El silencio fue abrumador y solo lo rompía el mar y los motores de las embarcaciones. Durante todos los años que fui a Cabo Roig siempre visité el lugar y hacíamos y se siguió haciendo por parte del GOE III una ofrenda en el lugar del accidente.