Teniente Jesús Gregorio Morales
Voy a comenzar esta historia presentándome. Soy el teniente de Infantería, en la reserva, Jesús Gregorio. Pertenezco a la VIII promoción de la Academia General Básica de Suboficiales (AGBS) y me diplomé en Operaciones Especiales en el XXVIII Curso en la Escuela Miliar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE) de Jaca. Toda mi carrera militar ha estado enfocada a operaciones especiales e inteligencia.
En el momento que sucedieron los hechos, yo era sargento y estaba destinado en el Grupo de Operaciones Especiales «Órdenes Militares I”. Formaba parte de la UOE nº 12 mandada por el capitán Íñiguez y era uno de los sargentos de la sección del teniente Expósito.
Los hechos ocurrieron un jueves 30 de junio de 1988. Como antecedentes, os diré, que un helicóptero de la Dirección General de Tráfico, mientras se trasladaba de Madrid a Aguilar de Campoo (Palencia) sufrió un accidente aéreo. En él se encontraba la directora general de Tráfico Doña Rosa de Lima Manzano, los dos pilotos y otras dos personas.
El helicóptero salió alrededor de las 09:00 horas de la mañana para realizar el viaje en un trayecto aproximado de una hora de vuelo. En dicho trayecto tenían que cruzar la sierra de Guadarrama, por la zona de La Cabrera. Ese día, las condiciones meteorológicas no eran muy buenas. Hubo lluvia, ráfagas de viento y escasa visibilidad por la niebla. La última comunicación del aparato fue con la torre de control militar de la FAMET (Colmenar Viejo) a las 09:25 de la mañana.
Poco después, el helicóptero se estrelló en la sierra de Guadarrama, en la zona del pico Cancho Gordo. Sin embargo, no se alertó a los servicios de emergencias hasta mediodía cuando, al no presentarse la directora general de Tráfico al acto en Aguilar de Campoo, se comprobó que el helicóptero no había regresado a su punto de origen ni a ningún helipuerto cercano. Fue entonces cuando se pensó en lo peor: un accidente.
Inmediatamente, los servicios de rescate comenzaron la búsqueda por las zonas que figuraban en el plan de vuelo, todo ello con resultado negativo. A última hora de la tarde, todo el mundo estaba convencido de que el helicóptero había sufrido algún tipo de accidente debido a las malas condiciones meteorológicas y se abrió la zona de búsqueda a ambos lados de la sierra de Guadarrama.
Un vecino del pueblo de Valdemanco, cerca de La Cabrera y a unos 70 kilómetros de Madrid, al ver la noticia en el telediario de las 20:30 horas, relacionó el accidente con una columna de humo negro que había visto por la mañana. Cuando la vio, no le dio más importancia, pensando que había sido algún rayo debido a la tormenta. Nada más ver la noticia en el informativo lo comunicó a la Guardia Civil y se incorporó el dato al servicio de rescate.
La columna de humo se vio en la zona del pico Cancho Gordo, fuera de la ruta programada del helicóptero. Este pico pertenece a la sierra de La Cabrera, dentro de la sierra de Guadarrama. La zona está formada, en su vertiente sur donde sucedió el accidente, por un relieve escarpado, con pedrizas de forma redondeada en la zona de menor altura y con paredes rocosas casi verticales en las de mayor altura. La vegetación en la zona del accidente está formada principalmente por jara pringosa.
En la tarde del jueves, cuando me encontraba en mi casa cenando junto a mi familia, recibí el aviso de que me tenía que incorporar inmediatamente al cuartel con el equipo de campaña completo. En aquella época, los mandos íbamos de casa al trabajo y viceversa vestidos de uniforme y era normal tener parte del equipo en casa. No teníamos tanto material como en la actualidad por lo que lo completábamos con material particular. Acto seguido, me puse el uniforme de campaña, revisé el equipo y el correaje con el armamento y salí corriendo para presentarme en mi unidad lo antes posible.
Por el camino iba pensando: “¿Qué habrá pasado?”. No teníamos programada ninguna instrucción nocturna ni ninguna alarma. Lo cierto es que había oído la noticia del accidente en el telediario, pero en primera instancia no lo relacioné con la incorporación urgente.
Cuando me presenté en la UOE 12, el capitán nos reunió a los mandos y nos comunicó los detalles del accidente. Nos dijo que nos habían activado para unirnos a las labores de rescate, ya que la zona era muy complicada y las condiciones atmosféricas adversas. El GOE estaba preparado física y materialmente para esa misión de búsqueda y, además, la zona de La Cabrera era conocida por todos nosotros.
Nos dividimos por pelotones y se nos asignó a cada uno una zona de búsqueda. Se nos dio la orden de que, en el caso de encontrar algo, teníamos que comunicarlo al puesto de mando sin tocar nada para que fuera la Guardia Civil la que se hiciera cargo. Una vez acabara la misión, regresaríamos directamente a la base sin hablar con la prensa.
Mi pelotón se trasladó a la zona asignada en dos vehículos ligeros con el equipo de campaña y focos. No recuerdo exactamente el punto donde se encontraba el puesto de mando, pero sí recuerdo que era una pista que salía de Valdemanco y transcurría por la parte sur de la sierra de La Cabrera.
Cuando llegamos al puesto de mando que nos habían asignado, dejamos los vehículos y, con el equipo individual, iniciamos el ascenso hacia el cuadrante asignado. Serían las 3:30 de la madrugada cuando comenzamos la búsqueda. El terreno no era sencillo, había muchas piedras grandes y resbaladizas por la lluvia y mucha jara entre las piedras que dificultaba la movilidad. A todo ello, había que añadir la oscuridad de la noche, el frío y la humedad. Aunque esa noche había luna llena, también había la típica neblina de la zona, lo que hacía que la búsqueda fuera lenta y complicada.
Eran aproximadamente las 5:00 de la mañana cuando uno de mis guerrilleros, que formaban parte del equipo, alzó la voz y dijo: “Mi sargento, aquí hay algo metálico que parecen restos del helicóptero”. Inmediatamente, nos organizamos sobre el punto marcado y comenzamos a rastrear por los alrededores. Efectivamente, empezaron a aparecer más restos que parecían ser del fuselaje del aparato.
En ese momento, contactamos con el puesto de mando para indicar el hallazgo y comunicar el sitio exacto. A unos cien metros de las primeras piezas encontramos, entre dos pequeños muros de piedra, un amasijo de hierros, sangre y lo que parecían restos humanos carbonizados. Apenas se distinguía una mano y un mechón grande de pelo rubio. Desgraciadamente, fue una imagen que se quedaría para siempre en nuestras retinas. Sabíamos cuál era nuestra misión y lo que podíamos encontrar, pero, sinceramente, no estábamos preparados para ver lo que alumbraban los focos de nuestras linternas.
Marcamos el sitio donde habíamos encontrado los cadáveres y establecimos un perímetro de seguridad sobre la zona de restos del helicóptero. Esperamos a que subiera la Guardia Civil con el equipo de rescate. Una vez que se hicieron cargo de la zona, nos despedimos e iniciamos el regreso a los vehículos. El descenso tampoco fue fácil por el terreno, aunque ya empezaba a amanecer y eso nos permitió que fuera más rápido. Sin embargo, íbamos en silencio y pensativos. No teníamos esa sensación de satisfacción de cuando se cumple la misión encomendada. Todo lo contrario, en mi interior sentía como si hubiera fracasado en la misión y, aunque la Guardia Civil nos agradeció nuestro esfuerzo y sacrificio por rastrear la zona de La Cabrera de noche, sabíamos perfectamente que las imágenes que habíamos visto en la montaña nos acompañarían para siempre.
Cuando llegamos a los vehículos y dimos las novedades pertinentes, simplemente nos montamos en ellos, con caras cansadas y miradas perdidas, y regresamos a la base. A la salida de la zona se encontraban todos los periodistas junto con algunos curiosos. Todo su afán era que paráramos para que nos pudieran preguntar; sin embargo, nuestras órdenes eran concisas y precisas, como siempre: “No se habla con nadie y menos con los periodistas”. Así que le indiqué al conductor: “Continúa y mira la carretera”, y así lo hicimos.
Una vez en la base, tras dar las novedades a los mandos, recogimos el equipo y desayunamos antes de que nos mandaran a descansar. Por aquella época, los guerrilleros, en su mayoría de reemplazo, pernoctaban en las compañías. No puedo decir si pudieron descansar mucho, pero yo, que regresé a mi casa, recuerdo que no conseguí conciliar el sueño.
Al día siguiente, la dinámica del trabajo hizo que todo volviera a la normalidad, pero fue una noche dura y, si me lo permitís, diría que muy intensa. Han pasado muchos años y me gustaría recordar más detalles, como por ejemplo, los nombres de los guerrilleros que formaban parte de la patrulla, pero cuando sucedieron estos hechos el ejército era muy diferente a lo que es hoy en día. Aunque el espíritu guerrillero sigue siendo el mismo, este tipo de actuaciones eran extraordinarias, sobre todo para los soldados que formaban esa parte tan importante en las COE, que eran los soldados de la famosa mili, ya desaparecida.
No quisiera terminar este relato sin dejar constancia, precisamente, de ese espíritu guerrillero de todos y cada uno de los que participaron en el rescate. En el mismo momento que se nos alertó, estábamos dispuestos a ir donde fuera y como fuera, para cumplir la misión con la mejor aptitud, orgullosos de formar parte de la familia de los boinas verdes.